domingo, 21 de septiembre de 2008

Puritanismo y democracia

Monumento nacional de la literatura de Estados Unidos, Moby Dick invita, más que nunca, a ser leída como epopeya trágica de Norteamérica, de su expansionismo depredador, de sus pretensiones evangelizadoras, de su fanático empeño liberador.

Moby Dick, de Herman Melville, es sin duda una novela extraordinaria. Cuanto más se la frecuenta, más crece -en lugar de diluirse- el sentimiento de extrañeza que despierta este libro descomunal, grandioso y extravagante, en el transcurso de cuya lectura se va haciendo palpable el delirio visionario al que su autor fue sucumbiendo a medida que lo escribía, en enfebrecidas jornadas que apenas interrumpía para comer o atender asuntos domésticos.

La canonización de Moby Dick como la Gran Novela Norteamericana se produjo, como es sabido, tardíamente, por los años veinte del pasado siglo, y se produjo de la mano de Raymond Weaver, quien acertó a rescatarla del olvido cuando Estados Unidos, recién afirmada su hegemonía como potencia mundial a consecuencia de la Gran Guerra, se hallaba en las mejores condiciones para ensalzar como gloria nacional una epopeya que -según observara agudamente José María Valverde al frente de la excelente traducción que hizo del libro- lleva hasta el extremo el predestinacionismo puritano, de influencia tan determinante en la consolidación de la conciencia patriótica de EE.UU.

En la actualidad, la genialidad de Moby Dick queda enaltecida por el mérito que supone, en estos tiempos de catastrofismo ecológico, conquistar la admiración del lector hacia lo que no deja de constituir, entre muchas otras cosas, una minuciosa y encendida apología de la masacre de ballenas; y, lo que es todavía peor, una exaltación del barco ballenero como agente fundamental de la "evangelización" democrática del planeta entero.

A la recalcitrante vanidad metropolitana del castellano viejo le escandaliza leer, ya bien entrada la novela, una afirmación de este fuste, relativa a las antiguas colonias de Hispanoamérica: "Fue el ballenero quien primero irrumpió a través de la celosa política de la corona española, tocando en esas colonias; y si lo permitiera el espacio, se podría demostrar detalladamente cómo gracias a esos balleneros tuvo lugar por fin la liberación de Perú, Chile y Bolivia del yugo de la vieja España, estableciéndose la eterna democracia en esas partes" (capítulo XXIV).

Vaya por dónde.

Pero estas y otras no menos peregrinas y sugerentes hipótesis deben encuadrarse, como ya se ha apuntado, en el marco de la ideología puritana, acerca de la cual nunca se destacará con énfasis bastante cómo fecundó la concepción de la democracia americana y su celo expansionista, que bebe mucho antes en los profetas del Antiguo Testamento y en Calvino que en Grecia y la Ilustración.

Por detestables que puedan parecerle los hombres "en cuanto sociedades anónimas y naciones", a los ojos el narrador de Moby Dick prevalece inalienable la dignidad del individuo aislado, que no precisa de ropajes ni de mantos, por cuanto "es esa dignidad democrática que, en todas las manos, irradia sin fin desde Dios, desde Él mismo, el gran Dios absoluto, el centro y circunferencia de toda democracia" (capítulo XXVI).

Esa sustancial igualdad de los hombres, subyacente -y, por demás, indiferente- a las jerarquías de poder y a las desigualdades de riqueza, es la que, conforme a sus propias palabras, autoriza al narrador de Moby Dick a atribuir "cualidades elevadas, aunque oscuras, a los más bajos marineros, renegados y proscritos". Previniendo las censuras de que ha de hacerse objeto por proceder así, el narrador de Moby Dick no duda en invocar el sostén del "Espíritu de la Igualdad", del "Gran Dios Democrático", de quien dice que ha extendido "un único manto real de humanidad sobre toda mi especie".

Esta asociación entre Dios y democracia permanece profundamente arraigada en la Norteamérica de hoy y, exacerbada por los intereses neocolonialistas, contribuye a explicar muchos de sus comportamientos. Desde este punto de vista, el afán democratizador de Estados Unidos se revela en una especie de yihad judeocristiana y capitalista. Este democratismo teocrático da lugar a su propio fundamentalismo; y da cuerpo y justificación al imperialismo.

Es propio de los clásicos generar incesantes interpretaciones y, a través de los tiempos, constituirse sin solución de continuidad en prefiguración o metáfora del presente. Esta condición se cumple abrumadoramente en el caso de Moby Dick, monumento nacional de la literatura de Estados Unidos que, en la perspectiva de la actualidad mundial, invita, más que nunca, a ser leída como epopeya trágica de Norteamérica, de su expansionismo depredador, de sus pretensiones evangelizadoras, de su fanático empeño liberador. El trasnochado heroísmo de los balleneros vagabundos por todos los océanos resulta perfectamente trasladable al de los amenazantes buques de guerra que patrullan por todo el planeta, al mando de un capitán sospechosamente empeñado en aniquilar a la ballena blanca, cifra de todo mal (aparte de precioso botín al que arrancar pingües beneficios).

El poderoso y escurridizo simbolismo de Moby Dick ampara toda suerte de lecturas, en todos los niveles del texto. A comienzos del siglo XXI, la que se impone más directamente -aunque más superficialmente, también- es la que reconoce en la ballena blanca una convincente metáfora de Al Qaeda, fantasmal y ubicuo paradigma de toda malignidad, y en el capitán Ahab una favorecedora y cojeante versión de George Bush y sus meteduras de pata, empeñado en vengar con el petróleo de la ballena la mordedura que ésta le infligió, dándole igual si para ello lleva a toda la tripulación hasta el mismísimo infierno.

Ignacio Echevarría
El mercurio, 21 de septiembre de 2008

domingo, 15 de junio de 2008

El crítico como "disc-jockey"

Convertida ella misma en una ideología, la democracia va siendo parasitada por el mercado, que adopta sus estrategias y su lenguaje. Las películas se anuncian proclamando el número de espectadores que las han visto, y los editores se apresuran a reeditar las novedades de éxito con una faja en la que se consigna el número de ejemplares vendidos.

No sé en Chile, pero en España, de un tiempo a esta parte, los periódicos se muestran cada vez más aficionados a proponer y publicar encuestas de opinión. La tendencia es ilustrar toda suerte de noticias acompañándolas de una valoración -un porcentaje, en realidad- obtenida a partir de las respuestas de los lectores a las más variadas preguntas. En los informativos de televisión hace ya mucho que se vienen empleando los sondeos callejeros con fines parecidos. Pero la prensa gratuita y los periódicos virtuales van extremando esta tendencia, que con frecuencia incurre en extremos ridículos. Pues no sólo se recaba el juicio de los lectores sobre hechos ocurridos, sino que se les pide también que expresen desinhibidamente sus simpatías y sus manías, y que ejerciten sus dotes adivinatorias acerca de asuntos que escapan a todo análisis ("¿Cree usted que Rafael Nadal ganará este año la final de Wimbledon?").

Se transmite así la impresión de que los lectores intervienen tanto en la valoración de la actualidad como en su construcción. Se invoca con insistencia el principio de interacción, y se fomenta con énfasis una mentalidad plebiscitaria de efectos muy poco saludables, dado que refuerza, por un lado, el sentimiento de que todo es opinable, sin importar el fundamento con que se sustenta la opinión en cada caso, y mueve a pensar, por otro lado, que la razón se decanta por el lado de la mayoría, como si los de verdad u objetividad fuesen conceptos estadísticos.

Convertida ella misma en una ideología, la democracia va siendo parasitada por el mercado, que adopta sus estrategias y su lenguaje. Se diría que nadie puede tomarse en serio los resultados de una encuesta respondida voluntariamente por un determinado perfil de ciudadanos que sienten la compulsión de expresarse por cualquier motivo, a propósito de lo que sea. Se diría que a nadie se le oculta lo improcedente que es derivar un juicio cualitativo de un índice cuantitativo. Y, sin embargo, las películas se anuncian proclamando el número de espectadores que las han visto, y los editores se apresuran a reeditar las novedades de éxito con una faja en la que se consignan -a menudo con engaño- el número de ejemplares vendidos.

El mismo día que escribo este artículo, en la página de inicio del diario digital más leído de España se hace la siguiente pregunta: "¿De qué te gustaría que tratase el próximo libro de Ken Follett?". Y se explicita, a continuación: "De entre todas las ideas recibidas se seleccionarán las cinco mejores según criterios de ocurrencia y originalidad. Las ideas ganadoras serán remitidas a Ken Follet, quien firmará y dedicará su libro a cada uno de los cinco ganadores".

¿Patraña publicitaria o estrategia de marketing dirigida a fidelizar a los usuarios del diario? Cualquiera sabe. Pero entretanto, el viejo eslogan de que es el público el que tiene la última palabra (¡y la primera, oiga!) ha ido calando cada vez más hondo en la mente de los agentes culturales, a quienes cuesta cada día más distinguir de los agentes comerciales.

La reciente publicación en España de la última novela de Carlos Ruiz Zafón, El juego del ángel, ha sido tratada por la prensa cultural como un auténtico acontecimiento. A bombo y platillo se anunció que la primera tirada de una novela de un autor español alcanzaba la cifra record de un millón de ejemplares. Cuando a los pocos días aparecieron las reseñas del libro se tuvo ocasión de asistir a un espectáculo penoso que, sin embargo, es cada vez más frecuente: el del crítico temeroso del público al que se dirige, intimidado por la abrumadora legión de los lectores, acobardado por el aparato propagandístico puesto en marcha por publicitarios y periodistas, unos y otros compitiendo en su afán sensacionalista, dando por sentado que tan elevado número de consumidores no se pueden equivocar.

Hace cuarenta años, el escritor alemán Reinhard Baumgart hizo públicas una serie de provocadoras propuestas destinadas a vapulear a la crítica de su país. La más sensacional de todas ellas consistía en postular, para el reseñista de los diarios, un papel semejante al de disc-jockey en una pista de baile. Atrás va quedando, cada vez más desprestigiado -decía Baumgart-, el crítico investido de autoridad, ya sea la autoridad del académico, del policía, del aduanero o del agente de tráfico. Éste formulaba sus juicios desde el supuesto de que el público al que se dirigía estaba necesitado de orientación y de recomendaciones, cuando no directamente de instrucción. Pero entretanto, la inflación plebiscitaria ha abonado entre los lectores la convicción de ser ellos mismos peritos tan aptos como cualquiera para calibrar los méritos de un libro. Basta ver lo que ocurre muy patentemente con el fútbol o con el cine. Así las cosas, el crítico tiende a actuar como una especie de delegado de ese cuerpo general de peritos que constituye su público, ni más ni menos que como actúa un disc-jockey. El éxito de éste, como el del nuevo crítico, depende de su capacidad de sintonizar con los ocupantes de la pista, cuyas apetencias, cuyos gustos, cuyo grado de excitación o de embriaguez le corresponde a él adivinar, estimular y acompasar.

El suyo sí que es el juego del ángel. Y se juega a las puertas del Edén al que acudimos todos para bailar la misma música.

Ignacio Echevarría
El Mercurio, 15 de junio de 2008


sábado, 14 de junio de 2008

JUEGOS DE NIÑOS


En la localidad de Beaconsfield tal día como hoy hace 72 años fallecía tras una breve enfermedad el prolífico y genial escritor G. K. Chesterton. Brillante polemista y aficionado tanto a la vida de los santos como a las novelas de detectives, encarnó como nadie a un paradójico Quijote en la figura de Sancho Panza.

"El género humano, al que muchos de mis lectores pertenecen, ha jugado desde siempre a juegos de niños y es probable que lo siga haciendo hasta el final, lo que supone un engorro para los pocos individuos maduros que hay"

(El Napoleón de Notting Hill, trad. César Palma)

lunes, 2 de junio de 2008

LO QUE IGNORA LA MUERTE


Tal día como hoy hace 168 años nacía el escritor Thomas Hardy. En 1897, tras publicar catorce novelas y varios volúmenes de relatos, tomó la resolución de dedicarse en exclusiva a la poesía.

HERENCIA

Yo soy el rostro familiar; la carne
perece y yo pervivo
rasgo a rasgo esculpido,
anónimo en el tiempo
y de un lugar a otro
salto sobre el olvido.

Con el tiempo mi herencia,
voces, rasgos, miradas ...
desborda toda humana
duración. Pues yo soy
lo que hay de eterno en ti,
lo que ignora la muerte

(Traducción de Francisco M. López Serrano)

sábado, 24 de mayo de 2008

SUSTITUIR EL ESTADO POR UNA BIBLIOTECA


El 24 de mayo de 1940 nació en la ciudad de San Petersburgo el gran poeta y lúcido ensayista Joseph Brodsky. En la conferencia que ofreció en Estocolmo con motivo de la concesión del premio Nobel de Literatura en 1987 sugirió una literaria forma de cambiar el mundo:

"No reclamo la sustitución del estado por una biblioteca, aunque tal idea me ha rondado muchas veces por la cabeza; pero no cabe duda de que, si eligiéramos a nuestros políticos por su experiencia lectora, habría mucho menos dolor en el mundo. A mi parecer, a los posibles rectores de nuestros destinos habría que preguntarles ante todo su opinión, no ya sobre política internacional, sino sobre Stendhal, Dickens o Dostoievski"

(Trad. Antoni Martí)

lunes, 19 de mayo de 2008

CON LOS OJOS ABIERTOS


Tras permanecer seis días en coma a consecuencia de un accidente con su motocicleta ocurrido cerca de su residencia inglesa de Clouds Hill, el legendario escritor y aventurero Thomas Edgar Lawrence (también conocido como Lawrence de Arabia) falleció tal día como hoy hace 73 años.

Todos los hombres sueñan, pero no igualmente. Los que sueñan por la noche en los polvorientos rincones de sus mentes despiertan de día para encontrarse con que todo era vanidad; pero los soñadores del día son hombres peligrosos, porque pueden realizar sus sueños con los ojos abiertos, hacerlos posibles

Los Siete Pilares de la Sabiduría (trad. de María Cóndor Orduña)

domingo, 18 de mayo de 2008

LAS DUDAS DE W. G. SEBALD

El 18 de mayo de 1944 nacía en la localidad alemana de Wertach el magnífico escritor W. G. Sebald que poco antes de su muerte, 57 años más tarde, aseguraba lo siguiente:

Tengo unas dudas tenebrosas acerca de lo que hago, tanto desde un punto de vista moral como desde uno estético. Escribir cada vez me cuesta más. Es muy característico de un determinado tipo de autor volverse cada vez más escrupuloso, sentir el pánico de ya no tener nada que contar, de hablar siempre de las mismas cinco cosas, al no saber de nada más. Pánico de repetirse en el lenguaje y en las ideas, y de escribir una frase que ya se había escrito. A veces, tengo la sensación de que debería dejar de escribir, de que ya basta

Entrevista con Ciro Krauthausen, publicada en el diario El País el 14 de julio de 2001

viernes, 16 de mayo de 2008

EL CAMINO DEL ALMA

Hace 91 años nacía tal día como hoy en la localidad mexicana de Sayula el escritor Juan Rulfo, autor del breve volumen de cuentos El llano en llamas y de la aún más breve novela Pedro Páramo, ambos libros protagonizados por muertos o fantasmas.

"Quiero darles un consejo. Cuando vayan a morir, lloren. Traten de cualquier modo de forzar el llanto, aunque sea una gota. Ese es el camino del alma. Hagan por echar fuera su alma del cuerpo, porque si no sufrirán en todo el más duro e insoportable dolor que le es dado al hombre"

(Extraído del texto Después de la muerte publicado póstumamente)

lunes, 5 de mayo de 2008

Marcelo Lillo y el hielo

Escribo esto a las pocas horas de haber recibido 'El fumador y otros cuentos', de Marcelo Lillo, recién publicado en Madrid. Es el primero de sus libros que ve la luz

Visité por primera vez Chile como jurado del veterano concurso de cuentos de la revista Paula, en su edición de 1999. Conocía a Carolina Díaz, redactora de la revista, y ella fue quien me enroló, poco después de que los dos hubiéramos conspirado, el año anterior, para convencer a Roberto Bolaño de ser jurado del concurso, motivo por el que, en 1998, Bolaño viajó a Chile por primera vez en veinticinco años.

Aquel año de 1999 fue premiado por unanimidad un relato que destacaba poderosamente entre todos los presentados: se titulaba "Hielo", y su autor era Marcelo Lillo, desconocido de todos. Por entonces Lillo, nacido en 1958, vivía, si no recuerdo mal, en Valdivia, donde era profesor. Desde allí viajó a Santiago para recibir el premio, que suele entregarse con alguna ceremonia. Fue aquella la única vez que lo he visto. Tenía un aspecto taciturno, y venía acompañado por una hermosa muchachita bastante más joven que él y que resultó ser su mujer. En la cena que siguió a la entrega del premio, ya en un ambiente más distendido, Lillo nos contó a quienes lo rodeábamos la romántica historia de su amor por esa muchachita, lectora al parecer voracísima, cuya familia, creo recordar, se oponía a su relación con Lillo. Escribo esto acudiendo únicamente a mi mala memoria, capaz de confundirlo todo. Espero no equivocarme mucho. Lillo nos contó también que acababa de destruir casi todo lo que llevaba escrito hasta entonces, y que ese cuento sorprendente, "Hielo", pertenecía a los comienzos de la que para él suponía una nueva etapa como narrador. Como narrador inédito y semiclandestino, todo sea dicho.

En la cena a la que me estoy refiriendo estaba presente Rafael Gumucio, a quien tanto Lillo como yo acabábamos de conocer. Gumucio, que se sentó cerca de nosotros, tuvo una de sus noches espectaculares, inspiradas, divertidísimas. Recuerdo bien la admiración y la gratitud con que Lillo, a la hora de despedirse, enfatizaba lo mucho que se había reído y lo bien que se lo había pasado.

A continuación transcurrieron varios años en blanco. Yo le había pedido a Lillo que no dejara de enviarme nuevas cosas que escribiera, pero sospecho que ni él ni yo conservamos las señas que probablemente intercambiamos. Alguna vez, en nuestros esporádicos encuentros, Carolina y yo especulábamos sobre cuál habría sido su suerte. De vez en cuando, ella alcanzaba a tener noticia de Lillo a través de la prensa de regiones, en la que aparecía su nombre como ganador o finalista de algún concurso de cuentos de provincia. ¿Se acuerdan ustedes de aquel cuento de Bolaño, "Sensini", que encabeza sus Llamadas telefónicas? El de Lillo parecía un destino parejo al de tantos personajes de Bolaño, escritores fantasmales cuya vida discurre entre el fracaso y el olvido.

Hasta que de pronto, hace apenas dos años, Carolina me escribió de improviso para decirme que había recuperado la pista de Lillo. Al parecer, éste había concursado de nuevo en el premio Paula, de nuevo con un relato excepcional -"La felicidad", se titulaba-, que ni siquiera quedó entre los finalistas de aquella convocatoria. Carolina tuvo el presentimiento de que se trataba del mismo autor de "Hielo", y antes de destruir el manuscrito se decidió a ponerse en contacto con él. Era Marcelo Lillo, en efecto.

Costó mucho hablar con él. Vivía ahora -sigue viviendo, remoto y austero, en espléndido aislamiento, al lado aún de su hermosa mujercita, con la sola compañía de un perro- en Niebla, localidad costera junto a la desembocadura del río Valdivia. No tenía -sigue sin tener- correo electrónico, y había que escribirle a Valdivia, a un apartado postal. Su laconismo al teléfono (un móvil) no ponía las cosas fáciles. Así y todo, Carolina consiguió que le mandara una copia del cuento, a la que venía adjunta una carta estremecedora: una crónica -familiar, en el fondo- de la soledad, de los pasos en falso, de los ninguneos en que se resuelven las trayectorias de tantos escritores alejados de los circuitos literarios y de los centros del poder editorial.

El cuento llegó por fin a mis manos y era, en verdad, excepcional. Esta vez fui yo quien llamé a Lillo para pedirle que me mandara más cosas, de ser posible tan buenas como "Hielo" y "La felicidad". No tardó en hacerlo. A las pocas semanas recibí una carpeta con nueve cuentos de parecido tenor, la mayor parte de ellos impecables, implacables también: duros, lacónicos, rotundos, en la huella de la mejor cuentística norteamericana. Le prometí a Lillo que le buscaría un editor. No me resultó difícil encontrarlo: mi buen amigo Constantino Bértolo compartió mi juicio sobre esos cuentos y propuso a Lillo su publicación. Los vientos empezaban a soplar favorables para Lillo. A los pocos días se enteró de que había ganado un premio de literatura juvenil con una novelita titulada La vida casi inventada, todavía inédita. A los pocos meses obtuvo, siempre en Chile, el premio a la Mejor Obra Inédita del 2007 otorgado por el Consejo Nacional del Libro, esta vez concedido a su colección de cuentos titulada Cachorro y otros cuentos, que al menos dos editoriales chilenas se han brindado a publicar.

Escribo esto a las pocas horas de haber recibido El fumador y otros cuentos, de Marcelo Lillo, recién publicado en Madrid por la editorial Caballo de Troya, que lo distribuirá también en Chile. Es el primero de sus libros que ve la luz. Por enero, Lillo me escribía que era rara la sensación de publicar este año, en que él cumple los cincuenta. "Por estos lugares los cincuentones están meciendo nietos. Siento una mezcla de emoción, ansiedad, pero también seguridad. Esto último me lo da el hecho de no tener que arrepentirme de nada".

En la tapa de El fumador y otros cuentos el editor escribe: "Están asistiendo al nacimiento de un gran autor. Éste es su primer libro. No será el último". Y no lo será, sin duda alguna. Lillo tiene escritas al menos un par de novelas y ultimada ya una nueva colección de cuentos. Los últimos meses los ha pasado leyendo a Flannery O'Connor y a John Cheever, entre otros. Después de la prolongada sequía del verano, en Niebla, vaciada de turistas, han caído ya las primeras lluvias, reverdeciendo los páramos. Quedan por delante largos meses de viento y de neblina, que Lillo enfrenta con buen humor, algunas botellas almacenadas y excelente apetito. En sus novelas rezuma Lillo una contagiosa cordialidad, una derrochadora bonhomía. En sus cuentos, sin embargo, predomina el ademán gélido y golpeador: son cuentos brutalmente invernales, que parecen acatar ese mandato de Kafka conforme al cual los libros deberían ser como hachas, capaces de romper el mar helado que todos llevamos dentro.

Ignacio Echevarría

El Mercurio, 04 de mayo de 2008

sábado, 26 de abril de 2008

EL MAR ERA UN LATIDO

MI VOZ

He nacido una noche de verano

entre dos pausas. Háblame: te escucho.

He nacido. Si vieras qué agonía

representa la luna sin esfuerzo.

He nacido. Tu nombre era la dicha;

bajo un fulgor una esperanza, un ave.

Llegar, llegar. El mar era un latido,

el hueco de una mano, una medalla tibia.

Entonces son posibles ya las luces, las caricias,

la piel, el horizonte,

ese decir palabras sin sentido

que ruedan como oídos, caracoles,

como un lóbulo abierto que amanece

(escucha, escucha) entre la luz pisada.


Con este poema se abre Espadas como labios (1932), segundo libro de Vicente Aleixandre. Tal día como hoy se cumplen 110 años de su nacimiento, en Sevilla.

martes, 22 de abril de 2008

AJEDREZ


El 22 de abril de 1899 nacía Vladimir Nabokov, aristocrático novelista y cazador de mariposas, creador de crucigramas y profesor de literatura, portero de futbol amateur y traductor al inglés de Pushkin. Pese a su fama de misántropo concedió gran número de entrevistas y en todas ellas se mostró por igual brillante y encantador.

"Lo que siempre me ha gustado en el ajedrez son las trampas, los trucos ocultos. Por eso abandoné las partidas y me dediqué a la composición de problemas. No dudo que hay un vínculo íntimo entre algunos espejismos de mi prosa y el tejido brillante y oscuro a un tiempo de los problemas de ajedrez, enigmas mágicos, cada uno de los cuales es fruto de mil y una noches de insomnio"

(Traducción de Lluis María Todó)

lunes, 21 de abril de 2008

EL FRANCOTIRADOR








Raymond Williams

Solos en la ciudad

Debate, 1997







Tal y como promete el subtítulo del libro, y el autor mismo explicita en la advertencia preliminar, este libro recopila "una serie de conferencias acerca de la novela inglesa desde Charles Dickens hasta D. H. Lawrence, que he ofrecido en los últimos siete años en la English Faculty de Cambridge". Raymond Williams se atreve incluso a poner fecha concreta al tumultuoso periodo que examina: de 1846 (año del inicio de la publicación por entregas de la "radicalmente innovadora" Dombey e hijo) a 1928 (año de publicación de El amante de Lady Chatterley), y en el intervalo se publica la obra de, ahí es nada, Charlotte y Emily Brontë, George Eliot, Thomas Hardy y Joseph Conrad. Solos en la ciudad propone un estimulante análisis de la novela anglosajona de la época -mediante fértiles glosas de los autores citados-, ante el problemático paso del campo a la ciudad que supuso la revolución industrial. Ya desde las primeras páginas, el autor no deja de llamar la atención acerca de los temas que orientan la intención rectora del libro:

"En qué consiste una comunidad, qué ha sido, en qué puede convertirse: cómo se vincula con los individuos y sus relaciones; cómo los hombres y las mujeres, directamente comprometidos, se ven a ellos mismos o van más allá de ellos mismos. Cómo dibujan, a veces a favor, pero con más frecuencia en contra de sus propias figuras, la forma de una sociedad" pag. 12

Siguiendo al pie de la letra los preceptos de la novela victoriana, para Jane Austen "los vecinos no son las personas que literalmente viven más cerca. Son aquellas que viven un poco más lejos pero a las que, en acto de reconocimiento social, se puede visitar". Un formidable salto cualitativo se produce a partir de Charles Dickens (1812-1870), que provoca una ruptura dentro de la historia de la novela no tanto porque otorgue por vez primera carta de naturaleza a los "humillados y ofendidos", sino porque en sus ficciones crea una nueva conciencia de "relaciones desconocidas e inadvertidas, conexiones profundas y decisivas, reconocimientos definidos (...) Se trata de vinculaciones reales e inevitables, de los necesarios reconocimientos y confesiones de cualquier sociedad humana, aunque se vean oscurecidas, complicadas y enmascaradas por la prisa, el ruido y lo variopinto de este orden social nuevo y complejo" pag. 37.

A continuación, Williams analiza brevemente la obra de las hermanas Brontë, donde las referencias a la crisis social se han visto a menudo ensombrecidas -sobre todo en Cumbres borrascosas (1847)- por una exhibición de la pasión amorosa, no en vano respecto a esta última se asegura que "no existe novela en la literatura inglesa que contenga tal intensidad y dimensión en los sentimientos". De George Eliot (1819-1880), pseudónimo de Mary Ann Evans y autora de obras maestras como El molino junto al Floss (1860) y Middlemarch (1872), se destaca la tensión surgida por la actitud insumisa de sus personajes entre "una idea de responsabilidad y coraje para la vida" y la realidad de un mundo "limitado y frustrante"

En cuanto a Thomas Hardy (1840-1928), que publicó entre otras Lejos del mundanal ruido (1874), El alcalde de Casterbridge (1886) y Jude el oscuro (1895) antes de dedicarse por completo a la poesía, se revela su verdadera personalidad, esto es, un "observador educado y participante apasionado en un periodo de cambio radical y general" y al tiempo "Hardy consiguió poner en el centro de sus novelas el proceso corriente de la vida y el trabajo. A pesar de su posición de observador cultivado, todavía toma la acción novelística de la vida ordinaria de sus compatriotas. El trabajo está presente en sus obras más decisivamente que en cualquier otro escritor inglés de comparable importancia" pag. 137

Respecto al imprescindible Joseph Conrad (1857-1924) la atención se centra en las obras de mayor contenido social como El corazón de la tinieblas (1899), Nostromo (1904) y El agente secreto (1907) y, así, Raymond Williams observa con singular agudeza: "Conrad alcanza a construirse completamente una identidad como novelista cuando imagina y crea a partir de su propia experiencia" para terminar finalmente emulando el poderoso estilo Joseph Conrad: "la soledad no es la condición del hombre, sino la respuesta, la respuesta trágica, a una acción y una historia (...) El mundo imaginado, único, fruto de una creación deliberada, el mundo ahora conocido del polaco inglés: Conrad el explorador, el incansable, el que atravesó los mares"

Por último, le llega el turno a D.H. Lawrence (1885-1930), autor entre otras de Hijos y amantes (1913) y Mujeres enamoradas (1920) del que con vocación sin duda polémica o subversiva se llega a afirmar: "fue el más dotado novelista inglés de la época" y sus novelas son "una especie de milagro del lenguaje".

Raymond Williams (1921-1988), de origen galés y ascendencia proletaria, pasa por ser uno de los más prestigiosos críticos culturales del pasado siglo que, dotado de una aguda capacidad de penetración bajo una óptica inequívocamente marxista, ha ido conquistando una posición tan excéntrica e irreductible como necesaria: la del francotirador. Y no desde otro lugar se puede ejercer la crítica literaria con la suficiente dosis de autonomía y la perspectiva adecuada (como recordaba Ignacio Echevarría hace poco más de una semana)


Hasta pronto

viernes, 18 de abril de 2008

EN ESTADO DE GRACIA






Pablo D'Ors
El estupor y la maravilla

Pretextos, 2007










Una propuesta tan arriesgada como El estupor y la maravilla resulta, en primera instancia, no sólo insólita sino un tanto intempestiva, pues hay que remontarse a mediados los años ochenta del pasado siglo para encontrar por estos pagos una obra con tamaña ambición, similares premisas y parecida enjundia (me refiero, por supuesto, a La dama del viento sur de Javier García Sánchez). En la triste situación actual de las letras españolas hay que saludar con el entusiasmo que merece una obra de estas características.

El estupor y la maravilla pasa por ser las memorias de Alois Vogel, vigilante durante veinticinco años del Museo de los Expresionistas de Coblenza. No exageraría en absoluto quien una vez leído el libro asegurara que la acción trascurre entre las cuatro paredes del imaginario museo. Acotando más si cabe el escenario por un prurito de exactitud, digamos que toda la novela acontece en la cabeza de Alois Vogel. El escritor que desdeña el argumento debe construir -con el fin de evitar el bostezo y persuadir al lector en su empeño- una voz narrativa seductora y poderosa a la vez. Pablo D'Ors lo consigue desde la primera línea

"Dicen que la tarea que desempeño desde hace veinticinco años -ser vigilante en un museo- es completamente inútil; yo no lo creo, no al menos completamente, y ello porque casi todo en este mundo necesita ser vigilado, al menos en ocasiones. No me refiero sólo a los presos en la cárcel, a los enfermos en el hospital o a los locos en los manicomios (gentes, todas ellas, que han de ser vigiladas más que cualesquiera otras), sino también a las fieras en el zoológico -que de alguna manera son vigiladas-; a los niños en la escuela -a los que se suele brindar más vigilancia que educación-; y, por supuesto, a los trabajadores de una empresa -a quienes no es infrecuente encontrar holgazaneando cuando no se los vigila-." pag. 15

Aunque contiene también el relato minucioso de una obsesión -el vuelo de una mosca, las arrugas del pantalón, una mancha de humedad en el techo, el taconeo de una misteriosa visitante- y una hermosa historia de amor en la edad madura, El estupor y la maravilla no esconde el propósito de realizar, sobre todo, un homenaje a lo insignificante, a lo trivial, mediante una radical exaltación de la mirada que llega al punto de parecer en algún momento casi una epifanía de la contemplación mística (aquí viene al caso recordar que, no en vano, Pablo D'Ors, además de escritor y colaborador en un suplemento literario, es sacerdote y teólogo)

"Cuando miramos algo mucho tiempo, sea lo que sea, terminamos por afirmar su fealdad e insignificancia, o incluso su ridiculez, Ahora bien, si ese mismo objeto o persona se mira durante mucho más tiempo, esa insignificancia y fealdad, ese inevitable ridículo, se trastoca misteriosamente en belleza y sentido" pag. 114-115

"Y es que he llegado a un punto en el que todo -hasta lo más pequeño, sobre todo lo más pequeño- me produce un hondo estupor. Ante cualquier cosa que vea, toque, guste, oiga o huela, me sobreviene la impresión de estar frente a una maravilla. Y eso es lo que he descubierto en estos años: el estupor y la maravilla" pag. 202

No debe pasar inadvertido el sesgo irónico y hasta humorístico de buena parte de los episodios narrados, entre los que resulta particularmente hilarante la controversia de la ventana del museo o el duelo de toses entre vigilantes de distintas salas. Por lo demás, es innegable el ascendiente de Kafka, Musil, Walser y Bernhard, es decir, de la mejor literatura centroeuropea del siglo pasado. El estupor y la maravilla sin embargo -frente a la atmósfera sombría, claustrofóbica y a menudo pesimista que preside la obra de los autores citados- posee un inconfundible carácter afirmativo, de celebración y acatamiento de la vida (y acaso esta sospecha de resignación o conformismo sea la única debilidad de la novela)

"En realidad, no creo que haya que moverse mucho para saberse vivo. Cuanto más nos movemos, más descubrimos lo muertos que estamos. Lo que he aprendido en el museo (...) es a estarme quieto. Todos nuestros movimientos a lo largo de nuestra vida tienen un único propósito: aprender a estarse quieto" pag. 272

Página tras página Pablo D'Ors, mediante un sutil entramado de impecable factura -tan liviano que se diría inexistente-, va levantando la frágil estructura de El estupor y la maravilla que, como un castillo de naipes prodigioso, se muestra al lector tras la última página en toda su efímera y majestuosa estatura.

"Lo que realmente me atrae -ahora lo sé- es ver a los hombres bajo el influjo de las obras de arte: en ese instante, como también -aunque de otra forma- cuando están bajo los efectos del enamoramiento o de la oración, hay en todo individuo algo que le hace único y conmovedor" pag. 195

Tal y como se dice en algún momento de la novela, "cualquier vida es insólita o estrafalaria vista desde fuera". Lo extraordinario, sin duda, es contarlo con la maestría de Pablo D'ors.

Un libro escrito en estado de gracia.


Hasta pronto
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(Para no deslucir la reseña dejo aquí aparcadas algunas reflexiones inoportunas, acaso, pero pertinentes)

Resulta cuanto menos desolador la exigua acogida que ha obtenido este libro entre la cada vez más mediocre y desorientada crítica literaria de este país. ¿Cómo es posible que haya pasado desapercibida -con la excepción de Ricardo Senabre en El Mundo- una obra de este calibre? o para ser más precisos ¿por qué los lectores de diarios de tirada nacional como El País o ABC o La Razón no han tenido apenas noticia de la publicación de El estupor y la maravilla? y por lo tanto ¿cual es la función -aparte de la publicitaria- que cumplen en la actualidad los suplementos, y por ende los críticos, literarios en España?

Resignémonos a repetir lo que memorablemente escribió Francisco Rico "pocas cosas, en los últimos años, más distantes de la literatura que la teoría y la crítica literarias"

jueves, 17 de abril de 2008

OSTRAS Y CHAMPAGNE



Hace 123 años tal día como hoy nacía en la localidad danesa de Rungsted la escritora Karen Blixen -más conocida por Isak Dinesen, nombre de pluma bajo el que publicó su célebre libro de memorias Out of Africa. Cuenta la leyenda que en su vejez sólo se alimentaba de ostras y champagne.

"En verdad llevamos máscaras según vamos envejeciendo, las máscaras de nuestra edad, y los jóvenes creen que somos como parecemos, lo cual no es el caso"

(Extraído del libro Vidas escritas de Javier Marías)

martes, 15 de abril de 2008

COMO UN ERIZO


El 15 de abril de 1878 nacía en Suiza Robert Walser, escritor que con el paso del tiempo se ha convertido en un clásico a pesar de sí mismo. A la edad de 51 años fue ingresado en el hospicio de Waldau tras un intento de suicidio y trasladado tres años más tarde al asilo de Herisau donde permaneció hasta su muerte en 1956. Durante uno de sus paseos con el también escritor Carl Seelig dejó dicho lo siguiente:

"La felicidad no es buen material para un escritor. Es demasiado autosuficiente. No necesita comentario. Puede dormir enrollada sobre sí misma, como un erizo. En cambio el dolor, la tragedia y la comedia están llenos de potencial explosivo. No hay más que prender la mecha en el momento oportuno. Entonces suben al cielo como cohetes e iluminan toda la región"

(Traducción de Carlos Fortea)

lunes, 14 de abril de 2008

ARQUEÓLOGO DE ESPUMAS








Tim Severin

El viaje de Simbad

Ediciones del Bronce, 2000






"El tiburón debió morder el anzuelo en las primeras horas de oscuridad de la noche anterior, pues el animal estaba totalmente exhausto en el momento en que advertí el tenso sedal de la caña de pescar al primer resplandor del amanecer. Con un clamoreo de triunfo, varios hombres corrieron hacia la barandilla del barco, cogieron la caña de pescar y comenzaron a tirar de ella rápidamente. Cuando la forma de torpedo del tiburón, de unos dos metros de largo, rompió la superficie del mar, el animal comenzó a revolverse de un lado a otro con desesperación, como asfixiado por la falta de aire. El agua se agitaba formando espuma alrededor del cuerpo sacudido del animal, y en el momento en que el sedal dejó de ser lo suficientemente fuerte como para sacarlo verticalmente fuera del agua, con cautela se lanzó en dirección al tiburón, que se retorcía, un palo largo provisto de un gancho improvisado en su extremo. El gancho resbalaba de un lado a otro sobre la piel húmeda y reluciente del tiburón, buscando uno de los orificios vulnerables, un ojo, una hendidura en una agalla, o la boca. Pero se cometió un error. Arqueándose con un estallido final de pánico, el tiburón arrojó todo el peso de su cuerpo contra el palo, como queriendo pasar por encima de la caña de pescar. El sedal en tensión se partió en dos debido al tirón y el tiburón cayó hacia atrás en el mar, quedando suspendido por un instante; luego, con un lento y exhausto bamboleo, volvió a hundirse en el océano" pag. 15

De esta prodigiosa manera comienza El viaje de Simbad, crónica de una travesía legendaria -de Mascate (Omán) a Cantón (China), pasando por Malasia, Singapur y Sumatra- en una embarcación a vela de nombre Sohar fabricada artesalmente con madera embastada -esto es, unida mediante cuerdas de fibra de coco-, tras la estela del célebre personaje de Las 1001 noches. Contra todo pronóstico la poderosa y vibrante escritura de Tim Severin en ningún momento desfallece, ni siquiera cuando pormenoriza las interminables jornadas de calma chicha navegando al sur de la Bahía de Bengala a la espera de los vientos monzónicos. El viaje de Simbad, por supuesto, puede leerse también como una estupenda novela de aventuras.

"En algunas ocasiones, las descargas eran tan cercanas que producían un estrépito sordo y penetrante semejante al restallido de un látigo gigante, y la embestida del rayo parecía explotar como una granada de metralla haciendo que brillantes trocitos de electricidad estática pasasen zumbando sobre el barco con una velocidad tremenda, de modo que uno libremente bajaba la cabeza para esquivarlos como si hubiesen disparado un cohete a través de la cubierta" pag. 252

A las pocas páginas de iniciada la singladura el lector ya se encuentra familiarizado con la intrépida tripulación del Sohar constituida a partes iguales por marineros omaníes originarios de la isla de Minicoy -"los camisas verdes"- y por científicos occidentales, a la manera de las expediciones europeas de exploración que proliferaron durante los siglos XVIII y XIX: el pícaro cocinero Shanby sustituido a mitad de travesía por Ibrahim, el experto timonel Abdullah, el audaz Peter Dobbs, "el abuelo" Jumah, o incluso el patoso y excéntrico fotógrafo Richard Greenhill. Asimismo Tim Severin y sus hombres tuvieron como compañeros de viaje desde grillos, moscas, cucarachas y ratones -a bordo del Sohar-, hasta delfines, atunes, tiburones o una desorientada golondrina:

"Era un ave pequeña y esbelta, con una cola en abanico bien formada, alas ahusadas, largas y estrechas, un cuerpo blanco moteado de manchas oscuras, piernas rojas y una cabeza redonda bastante cómica, con un delicado pico fino y romo. Por la noche, la golondrina de mar se situaba cerca del timonel, sobre la franja de luz emitida por su quinqué. Allí se permitía ser cogida y acariciada con mansedumbre, pero parecía incómoda, por lo que le dábamos agua fresca para beber y la dejábamos estar, una silueta acobardada y de brillantes colores expectante en la oscuridad" pag. 221

Quien lea este libro sabrá lo útil que es tener siempre a mano una cinta métrica o una caja de whisky y descubrirá el misterio del Cementerio de Elefantes en Sri Lanka. Quien lea este libro sentirá sin duda la brisa del mar en su rostro, conocerá casi de primera mano los aparejos de un barco de vela y acaso descubra al finalizar la lectura un regusto salobre en sus labios:

"Cuando el remolino de viento estuvo a bordo, dió lugar a una sensación breve pero extraordinaria. Éramos conscientes de la pavorosa velocidad del viento, imposible de calcular pues carecíamos de parámetros, de suerte que habia una sensación asombrosa, casi refrescante, en el aire, que debe haber estado girando en un círculo completo en torno al vórtice a dos o tres revoluciones por segundo. Nuestras mejillas fueron vigorosamente aguijoneadas por el rocío, primero una y después la otra en una sucesión rápida, cuando el vórtice nos pasó por encima y la dirección del viento cambió describiendo un giro de 180 grados (...)" pag. 272

Tim Severin es un viajero y escritor peculiar que, como relata Javier Reverte en el prefacio de este libro, "saltó a la fama cuando, en 1976, realizó con una embarcación fabricada de pieles de buey la travesía de Irlanda a Norteamérica, siguiendo las trazas de un mítico viaje de las leyendas gaélicas, el viaje de San Brendan". Desde ese momento y hasta el día de hoy ha emulado con éxito el itinerario de los viajes por mar de la gran literatura: The Jason Voyage: The Quest for the Golden Fleece, 1986 (El viaje de Jason: en busca del Vellocino de Oro), Tracking Marco Polo, 1986 (Tras la pista de Marco Polo), The Ulysses Voyage, 1987 (El viaje de Ulises), In Search of Moby Dick, 1999 (En busca de Moby Dick), Seeking Robinson Crusoe, 2002 (Buscando a Robinson Crusoe). Asimismo es autor de una serie de novelas históricas sobre vikingos y piratas. ¿Algún editor español se decidirá a publicar los libros admirables de este "arqueólogo de espumas" (1) y magnífico escritor que es Tim Severin?


Hasta pronto

(1) Gracias por esta feliz expresión a Antonio Rivero Taravillo, poeta, viajero y traductor.

domingo, 13 de abril de 2008

El crítico pope

Si bien favorece la emergencia de nuevas voces y puntos de vistas, la desaparición de esta figura hegemónica constituye, según el crítico español, "un indicio inequívoco de la merma de la crítica, de su función cada vez más problemática".

Semanas atrás se celebró en Buenos Aires un encuentro sobre crítica y medios de comunicación. Al encuentro, coordinado por el escritor y agitador cultural Rodolfo Fogwill, bien conocido por estos pagos, asistieron varios críticos y periodistas chilenos. Entre ellos Álvaro Matus y Pedro Pablo Guerrero, quienes, con perspectivas concéntricas, abordaron un asunto -el del crítico pope, es decir, aquel que desempeña un papel hegemónico dentro de un determinado sistema literario- que sin duda concierne muy especialmente a Chile, pero que tiene que ver, más generalmente, con la función tradicional que hasta hace bien poco ha solido corresponder al crítico cabal, entendiendo por tal aquel que, más allá del comentario sucesivo de los libros que caen en sus manos, aspira a ordenar la visión que alcanza a tener de la literatura de su tiempo y a influir en la recepción que ésta obtiene.

No solamente la pluralidad de los medios de comunicación, sino también su sometimiento generalizado a las consignas de la industria cultural y el desmantelamiento correspondiente de toda tribuna de autoridad susceptible de interferir en las tendenciosas dinámicas del mercado han terminado por extinguir, dentro y fuera de Chile, esta especie de crítico, cuya sola evocación no deja de suscitar toda suerte de aprensiones y de ironías. En esta misma columna se evocaba hace unos semanas la caricatura que se hacía de él en la figura de Anton Ego, el crítico gastronómico que tanto protagonismo acapara en la película de animación Ratatouille (Disney&Pixar). Pero cualquiera conserva en su mente modelos aún más plausibles de crítico pope brindados por el cine, como ese Edison Dewit (George Sanders), crítico teatral que narraba la historia de Margo Channing (Bette Davis) en Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz (1950). Se trata, por lo general, de figuras que oscilan entre la antipatía, la arrogancia, la fatuidad y el cinismo, y ello aun si, por las razones que sea, resultan, pese a todo, atractivas o intimidantes.

Por lo que a Chile toca, la figura del crítico pope ha presentado características muy peculiares, debido tanto a la concentración de la prensa de este país en muy pocas manos como a la circunstancia, no del todo casual, de que dos de los críticos que en el transcurso del último siglo han ostentado una hegemonía más perentoria -Omer Emeth e Ignacio Valente, los dos desde las páginas de El Mercurio- pertenecieran al clero católico. En sus charlas de Buenos Aires, Matus daba cumplida y razonada noticia de este dato realmente insólito, mientras Guerrero abordaba específicamente el caso de Ignacio Valente, cuyo puesto ha encontrado sin duda quien lo ocupe (Camilo Marks, en la actualidad), pero cuya posición nadie ha heredado en realidad, debido más que nada a que, dadas las circunstancias, esa posición ha dejado de ser posible.

Esta última consideración -la de que ya no hay lugar para un crítico pope, ni en Chile ni fuera de Chile- suele hacerse con satisfacción y alivio, en cuanto parece apuntar a una democratización del criterio cultural y a un socavamiento de las siempre incordiantes posiciones preponderantes. No cabe duda de que, dadas las circunstancias, en efecto, al crítico sólo le cabe el papel de francotirador más o menos emboscado en el espeso bosque del periodismo cultural y de la publicidad explícita o camuflada. No cabe duda de que la descentralización de la crítica favorece la emergencia y desarrollo de puntos de vista alternativos o inusuales (como fueron, desde Las Últimas Noticias, la críticas de Alejandro Zambra, o como vienen siendo, desde The Clinic, las de Mao Tse Tung). Nadie supone ya, por otra parte, que un crítico pueda dar cuenta él solo de la vastísima producción editorial, por muy ceñido y supuestamente representativo que sea su criterio seleccionador.

Pese a lo cual, hay que admitir que la extinción del crítico pope constituye un indicio inequívoco de la merma de la crítica, de su función cada vez más problemática. Pues se trataba, en definitiva, de una figura de enorme utilidad, tanto para los lectores como para los escritores, que se servían de ella para orientarse o construirse, ya fuera por afinidad o por antagonismo, una y otro contrastados a lo largo de una relación que se prolongaba en el tiempo y que entrañaba un caudal compartido de lecturas. Y que entrañaba, no tanto el acatamiento de una presunta autoridad (siempre susceptible de ser impugnada), como el reconocimiento de una comunidad (la que esa autoridad interpelaba, una comunidad construida por lecturas e intereses compartidos) capaz de sostener, a través de ella, una discusión no distorsionada directamente por los eslóganes comerciales y las cifras de ventas.

Dadas las circunstancias, al crítico sólo le cabe el papel de francotirador más o menos emboscado en el espeso bosque del periodismo cultural y de la publicidad explícita o camuflada.

Ignacio Echevarría

El Mercurio, 13 de abril de 2008

miércoles, 9 de abril de 2008

ERA INÚTIL LLORAR


Era inútil llorar. La tarde lenta
dejaba en nuestras frentes su cansancio,
su acento impenetrable de amargura.
Era inútil decir que nos amábamos,
el mundo no era nuestro, lo sabíamos,
como sabe la noche el horizonte.

Caía desde el cielo un gran sollozo.
Era inútil llorar; tú estabas pálida.
En mis ojos, la luna se moría
coronada de besos amarillos,
como en tus claros cabellos celestes
la luz se hacía escarcha lejanísima.

Íbamos por ciudades arrasadas,
por extraños caminos encendidos
de nieve. Yo sufría. Devanabas
dulcemente la seda de mis horas.
Entonces, empezó la más oscura,
la más triste de todas las canciones.

Hace 92 años tal día como hoy nacía en Barcelona el oscuro poeta y célebre simbolista Juan Eduardo Cirlot. Este desolado poema de amor pertenece al libro Árbol agónico publicado el mes de junio de 1945.

martes, 8 de abril de 2008

EL ESCRITOR ES EL ESTILO








Danilo Kiš

La Enciclopedia de los muertos

El Aleph, 2002









Danilo Kiš es un escritor de origen yugoslavo y ascendencia judía cuyo prematuro fallecimiento ocurrido en 1989 truncó una meteórica carrera litararia no tanto por el número de ventas de sus libros cuanto por la creciente repercusión internacional de una obra elogiada por Joseph Brodsky, traducida en la actualidad a más de veinte idiomas y comparada con la de Italo Calvino, Borges o Bruno Schulz. No resulta en absoluto superfluo mencionar también que Danilo Kiš tradujo a su lengua materna a autores de la talla de Baudelaire, Verlaine, Queneau o Alexander Blok.

Los nueve relatos que contiene La enciclopedia de los muertos están de una u otra forma relacionados con la muerte. Pero no se piense que por ello el tono general del volumen sea necesariamente fúnebre o siniestro. Tal y como el propio autor advierte en el Post Scriptum se trata de "variaciones" en torno a textos religiosos y profanos de diversa procedencia -desde el Corán a una leyenda gnóstica pasando por los Protocolos de los Sabios de Sion- de tal manera que "este libro podría llevar el subtítulo de 'El diván occidental-oriental', en un contexto claramente irónico y paródico". Así, el lector se puede encontrar una heterodoxa parábola cristiana (Simón el Mago), la desconsolada plegaria por una puta (Honores fúnebres), el relato de una resurrección (La leyenda de los siete durmientes), un atroz episodio espiritista (El espejo de los desconocido), una fábula con moraleja (La historia del Maestro y del disípulo), una ambigua historia de heroísmo (Es glorioso morir por la patria), un enjundioso ensayo convertido en ficción (El libro de los reyes y de los tontos) y finalmente una documentada crítica a la crítica indocumentada (Sellos rojos con la efigie de Lenin).

"Uno no puede llevar su biblioteca personal sobre la espalda como un caracol. La única biblioteca personal del hombre es la que permanece en su memoria: la quintaesencia, el residuo" pag. 148

En cuanto al relato que da título al libro -el más destacado del conjunto a pesar del tópico recurso final del sueño- es una claustrofóbica y minuciosa pesadilla en torno a una enciclopedia recóndita, recopilada por una "extraña casta de eruditos", con innegables resonancias borgianas (Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, La biblioteca de Babel, Del rigor de la ciencia):

"La historia es para el «Libro de los muertos» la suma de los destinos humanos, un conjunto de acontecimiento efímeros. Por esta razón está reseñada cada actividad, cada pensamiento, cada soplo creador, cada cota inscrita en el registro, cada pala de barro, cada movimiento que haya desplazado un ladrillo de los muros derrumbados" pag. 63

Lo primero que llama la atención al lector es la supremacía de un estilo elegíaco, discursivo, poderoso y subyugante que se enseñorea de la escritura desde la primera línea dejando al hilo narrativo en un segundo plano lo cual paradójicamente no resta un ápice de interés a los relatos. En uno de los ensayos del libro Homo poeticus (1983) Danilo Kiš realizó la siguiente declaración de intenciones: "El argumento de mis libros es, para citar a Nabokov, el estilo. O viceversa: el estilo de mis libros es su argumento". Y es que como ya dejó dicho Juan Benet, citando a Buffon: "El estilo es una plataforma superior sobre la que descansa el lenguaje. El estilo es sobre lo que puedes trabajar. Con el lenguaje apenas puedes hacer nada. Las palabras te vienen dadas por el uso y entonces es una cosa común a todos. El escritor, en definitiva, es el estilo" (1).

"Sordos, el oído sellado por el plomo del sueño y la pez de la oscuridad, yacían inmóviles, ensimismados ante la tinieblas de su ser, tinieblas del tiempo y de la eternidad que había petrificado su corazón de durmientes, que había detenido su aliento y el movimiento de sus pulmones, que había helado el rumor de la sangre en sus venas" pag. 76

Por su acusada inspiración "libresca", la índole metaliteraria y el caracter de palimpsesto de los relatos que forman La enciclopedia de los muertos, se podría aplicar al escritor balcánico la disuasoria etiqueta de "escritor para escritores". Sin duda sería más acertado definir a Danilo Kiš con el pleonasmo "escritor para lectores". Para lectores, eso sí, con buen gusto.

"La historia la escriben los vencedores. El pueblo teje las leyendas. Los escritores imaginan. Sólo la muerte es innegable"

Tan sólo resta apuntar un pequeño descuido en la por lo demás brillante traducción de Nevenca Vasiljevic: en el relato La Enciclopedia de los muertos aparece varias veces el término "geómetros" (¿?) donde debería decir cartógrafos. Es una lástima que la exquisita prosa de Danilo Kiš se vea enturbiada por una errata que se podría haber evitado con una simple revisión del texto previa a su publicación. Confiemos en que se cuiden estos detalles en la edición de su obra completa que está llevando a cabo El Acantilado.


Hasta pronto


(1) Juan Benet, Cartografía personal, pag. 146

sábado, 5 de abril de 2008

FILOSOFIA Y ROCK AND ROLL






José Luis Pardo

Esto no es música

Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, 2007







Jose Luis Pardo ya había dado muestra de su poco convencional forma de entender la filosofía en su anterior entrega, La regla del juego (2004), de la que el presente libro, a primera vista, pudiera considerarse una mera continuación o apéndice. No en vano Esto no es música comienza donde aquél terminaba -según afirma el autor en nota a pie de página-, sirviendo como hilos de continuidad entre uno y otro las citas de los Beatles. En esta ocasión, sin embargo, quizá su atrevimiento ha llegado demasiado lejos porque ¿puede escribirse un libro de filosofía a partir de la portada del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band? (1). La respuesta es este libro excelente que contiene una auténtica "silva de varia lección" sobre la cultura popular.

Precedido de un resumen de su contenido escrito en un tono de acusada ironía -cuando no abiertamente sarcástico-, cada capítulo del libro se titula con cierta sorna, siguiendo corte a corte los temas del álbum Abbey Road (1969). Así por ejempo You never give me your money se convierte en el castizo -y un punto macarra- No sueltas un felús o Carry that weight en el proverbial Cargar con el mochuelo. No resulta incongruente, pero sí insólito, que Esto no es música incluya como apéndice una discografía, copada en su mayor parte por los Beatles. Pero detengámonos siquiera un instante en la portada del Club de los Corazones Solitarios y su sargento picante:

"(...) allí estaban, junto a Lennon, McCarney, Harrison, Starr y sus figuras de museo de cera de Madame Tussaud, escritores como Poe, Huxley, H.G. Wells, Bernard Shaw, Lewis Carroll o Wilde, pensadors como Marx o C.G. Jung, políticos de XIX como Robert Peel (el padre de los Bobbies), numerosos líderes espirituales y religiosos orientales, poetas como Dylan Thomas, músicos como Stockhausen, actrices como Mae West, Marlen Dietrich y Marilyn Monroe, artistas plásticos como Richard Lindner o Wallace Berman, actores como Stan Laurel y Oliver Hardy, científicos como Albert Einstein y un boxeador tan célebre como Sonny Liston" pag. 10

Ejerciendo de privilegiado cicerone, Jose Luis Pardo -y cabría comparar, por una parte, su afilado entendimiento con el machete que esgrime el explorador para abrir un sendero en la maleza y, por otra, la ya citada portada de los Beatles con un abigarrado mapa del tesoro- al tiempo que persigue con éxito "desentrañar los entresijos de la cultura pop", realiza un fértil y minucioso escrutinio de los acontecimientos que hicieron posible el llamado Estado del bienestar. Veamos, por ejemplo, algo de lo ocurrido en 1954:

"El 8 de septiembre se firmó en Manila el tratado de la Organización del Sudeste Asiático (SEATO), y el día 11 comenzó a soplar el huracan 'Edna' causando 21 muertos en la costa Este de Estados Unidos. El 31 murió la madre de Marlo Brando, que ese año recibiría el Oscar al mejor actor de Hollywood por 'On the waterfront' (y que se encuentra a la izquierda de Tom Mix en la foto). Mientras Marilyn se separaba del baseball al son del mambo que le había dedicado el maestro Dámaso Pérez Prado, se abrieron por primera vez las puertas de Dineylandia, y el 3 de noviembre se emitió por televisión (ABC) el largometraje de Disney 'Alice in Wonderland', con guión de Aldoux Huxley (debajo de Mae West en la foto) sobre los relatos de Lewis Carroll (al lado de Marlene Dietrich en el álbum)" pag. 69

Asimismo Esto no es música desarrolla una ambiciosa reflexión en torno a la controversia histórica de la dualidad original-simulacro (que deviene arbitraje entre una buena y una mala copia) y en el camino conduce al autor -mediante jugosas calas en la obra de filósofos como Platon, Aristóteles, Leibniz, Kant, Marx y Hegel, pero también de Erns Jünger, Umberto Eco, William Maxwell o nuestro Rafael Sánchez Ferlosio- a disquisiciones de mayor o menor calado sobre el tiempo y su ritmo, la naturaleza de la ficción o nuestra percepción del pasado:

"Y es así, efectivamente, como experimentamos la antigüedad: como un tiempo que produce desechos, ruinas en las que vemos deshacerse lo que alguna vez fueron grandes monumentos y vastos imperios de los que sólo quedan escombros y despojos, como si ya en la erección de aquellas grandezas estuviera secretamente prevista la destrucción a la cual estaban fatalmente condenadas" pag. 36-37

Debido a su carácter simbólico, Jose Luis Pardo considera el encuentro de 1808 entre un ya caduco Goethe y el todavía pujante Napoleón -"verdadero forjador de las naciones modernas"- como un punto de inflexión que clausura una época y a la vez inaugura eso que se ha dado en llamar la modernidad: "El emperador recogía el testigo de las manos del poeta porque la poesía había sido superada por la historia o, como ahora decimos, la realidad había superado a la ficción" pag. 181

Con gran sentido de la oportunidad Esto no es música presenta -Deleuze mediante- a un Nietzsche revolucionario, combativo y dolorosamente lúcido que acaba dando la espalda a la alta cultura, encarnada por su viejo amigo Wagner, para abrazar la cultura de masas en la figura de la popular zarzuela. Un Nietzsche -y buena falta que hace- puesto al día:

"Lo que Nietzsche llama «la muerte de Dios» no es un acontecimiento susceptible de ser fechado en la historia. Y no porque no haya sucedido nunca sino, al contrario, porque no ha dejado de suceder a lo largo de los tiempos. La muerte de Dios ocurre cada vez que en el mundo sufren los inocentes, porque en ese mismo momento la fábula de que un Dios bueno gobierna el curso de los hechos se torna insostenible y el propio Dios se convierte en inverosímil" pag. 337

Escrito con un lenguaje llano -téngase en cuenta que incluso el culpable de este blog ha sido capaz de entenderlo cabalmente (o eso al menos se ha resignado a creer)- pero en absoluto trivial, y aligerado por completo de el galimatías conceptual y de esa retórica pueril que los filósofos de ahora utilizan en sus escritos con el propósito no tanto de confundir o desanimar al lector advenedizo cuanto de enmascarar su absoluta carencia de imaginación, Esto no es música destila brillantez expositiva, clarividencia y osadía a partes iguales.

Reconozcámoslo, no es posible agotar en este por fuerza breve comentario la riqueza de ideas e intuiciones que como fogonazos asaltan al afortunado lector de este libro.

Esto no es música -y no hay recompensa mayor- da que pensar


Hasta pronto

(1) Parafraseando el artículo Las señoritas de Aviñó y las de Vargas de Felix de Azúa, publicado en El País el 10/12/2007

viernes, 4 de abril de 2008

VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS


El 4 de abril de 1974 el poeta Alfonso Costafreda se quitó la vida en Ginebra a la edad de 47 años. Póstumamente se publicó el libro de premonitorio título Suicidios y otras muertes:

VIDA TAN MALOGRADA

Vida tan malograda no debiera contarse,
a quién hablar, con qué lenguaje.
De haber verdades o razones o respuestas,
para mí mismo las tuviera.
Si delicada o poderosa
pudiera mi mano consolarte,
a tí te la daría,
más no la tengo para nadie.

lunes, 31 de marzo de 2008

LA SOMBRA DE ALBERTI ES ALARGADA






Benjamín Prado

A la sombra del ángel

Aguilar, 2002








En 1977 tras largos años de exilio retornó a España -"un país que los canallas le habían arrebatado durante casi cuatro décadas"- el poeta Rafael Alberti convertido en un "auténtico mito literario y civil" y ataviado "con su melena de astrónomo, su gorra de marinero y sus camisas selváticas, vistosas como pájaros tropicales". Pocos años más tarde conocería a un jovencísimo Benjamín Prado.

A estas alturas resultaría superfluo -por tópico y redundante: en la red el interesado puede encontrar sin dificultad cientos de páginas al respecto- esbozar un ensayo biográfico o bibliográfico de Alberti, poeta de los más queridos para este lector pese a la evidente irregularidad de su obra. A la sombra del ángel relata la intensa relación casi tutelar -no en vano les separaba medio siglo de vida- que Benjamín Prado mantuvo durante trece años con el poeta gaditano. El autor advierte en el capítulo inicial que su intención no es "escribir una biografía de Rafael Alberti, ni tampoco ofrecer un inventario exhaustivo de los años que pasé junto a él, sino contar ciertos episodios de una parte de su historia, ocurrida entre 1981 y finales de 1993 o principios de 1994, que quizá guste conocer a los lectores".

Verosímil retrato íntimo, entre luces y sombras, de un hombre llamado Rafael más que del poeta Alberti, este libro nos revela a una persona siempre jovial y desinteresada, de carácter dicharachero, generoso y bromista ("son las tres, es la hora de Ibsen"; "no olvides el abrigo, hace mucho Freud"), y también a un escritor caprichoso y endiosado en ocasiones, con un pueril afán de protagonismo ("yo que he hecho la poesía más popular y la más oscura", "yo que soy un poeta archiconocido allá por donde vaya"). Rafael Alberti, desordenado y negligente en su aseo personal pero a la vez maniático de la puntualidad y presumido, "vivía intensamente, con una alegría como de niño ininterrumpido, los mejores momento de una existencia, en general, caótica, hecha de extremos que lo llevaban del tumulto y la fama al abandono, de los autógrafos y las ovaciones a la soledad de aquel escueto apartamento de una sóla habitación (..)"

A modo de ejemplo de la extraordinaria vitalidad del autor de Sobre los ángeles cabe mencionar la devoción de Alberti por el teatro al que Benjamin Pardo acompañó en "cientos de estrenos", los numerosos recitales de poesía que ofreció por toda España -¿quién no ha escuchado alguna vez la inconfundible voz declamatoria del poeta gaditano?- y sobre todo su afición a los "viajes literarios", en compañía de los poetas Luis García Montero, Javier Egea o Luis Muñoz, viajes que tuvieron entre otros los siguientes itinerarios: "el monasterio de Veruela, al pie del Moncayo, donde Becquer escribió sus cartas desde mi celda; o la tumba de Leonor, joven esposa de Antonio Machado, en Soria; o las murallas a cuyo pie encontró la muerte Jorge Manrique; o el emocionante huerto de San Juan de la Cruz y la iglesia donde está expuesto un dedo incorrupto de Santa Teresa de Jesús en Ávila..."

La biografía de Rafael Alberti, que recorre el siglo XX en su totalidad, ha deparado multitud de anécdotas con autores de la talla de Hemingway, Albert Camus o Pablo Neruda, recogidas en sus libros de memorias. Por su parte el lector de A la sombra del ángel tiene el privilegio de asistir al reencuentro con alguno de sus compañeros de generación como José Bergamín, Gerardo Diego y Dámaso Alonso. Precisamente del último de ellos se relata un conmovedor episodio que sucedió durante la ceremonia de entrega del premio Cervantes en 1984: "Desde mi asiento, vi que, al incorporarse, la pernera derecha del pantalón había quedado montada sobre la caña de los botines, y que allí se encaminaba el maestro, hacia el solemne púlpito, con esa pata remangada a lo Cantinflas, sorprendido ante la notable muchedumbre en actitud un tanto pantuflera. Entonces, con una rapidez inesperada en un hombre de sus muchos años, su viejo amigo Dámaso Alonso abandonó su asiento y, arrodillándose a espaldas de Alberti, le desenganchó y colocó el pantalón"

Benjamín Prado da cuenta en el capítulo final -La zona sombría, su esclarecedor título- de la serie de ultrajes ocurridos a raiz del funesto segundo matrimonio de Rafael Alberti en 1990: la conversión del nombre de quien fue el "poeta del pueblo" en marca registrada, la depuración en las memorias de Alberti de ciertos nombres y la manipulación interesada del texto, el escándalo de los diez testamentos que el poeta firmó entre los años 1991 y 1996, el escamoteo de material de indudable interés pero sobre todo de gran valor económico de la Fundación Alberti... No quisiera empozoñar este blog con el nombre de la responsable de tanta infamia. Como bien dice Benjamín Prado "el destino de las langostas es morir de hambre o devorarse entre ellas"

Finalmente no me resisto a transcribir un célebre poema del primer libro de Rafael Alberti por el que siento especial debilidad:


SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA

Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.

¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla,
y sobre el ancla una estrella,
y sobre la estrella el viento,
y sobre el viento la vela!

(Marinero en tierra, 1924)



Hasta pronto

domingo, 30 de marzo de 2008

EL CORAZÓN DEL BOSQUE


Tal día como hoy, hace 61 años fallecía el escritor galés Arthur Machen, autor de exquisitos relatos fantásticos y traductor de Casanova. En 1907 publicó la narración vagamente autobiográfica La colina de los sueños:

"Durante toda su vida había saboreado las delicias de la soledad, y había adquirido ese hábito mental que hace que un hombre halle rica compañía en una ladera pelada, y le inclina a retirarse al corazón del bosque para meditar allí, a la orilla de las charcas oscuras"

(Traducción de Francisco Torres Oliver)


sábado, 29 de marzo de 2008

UNO DE LOS NUESTROS







Juan García Hortelano

Crónicas, invenciones, paseatas

Lumen, 2008






Para este lector la publicación de un "nuevo" libro de Juan García Hortelano -más allá de que en gran medida el material recopilado en el presente volumen ya formara parte de Crónicas correspondidas (Alfaguara, 1997)- resulta todo un motivo de celebración. Y un gozoso reencuentro.

Debido a su carácter coyuntural las colaboraciones periodísticas constituyen la parte más "perecedera" -por así decirlo- entre la producción de un escritor, la más sensible al paso del tiempo. Son textos con fecha de caducidad que leídos posteriormente dejan por lo general un regusto rancio y cierto aroma a naftalina. Contra toda lógica los artículos -certeros, audaces, combativos, libertarios- de García Hortelano han resistido a la perfección los años transcurridos, siguen vigentes y se mantienen frescos y lozanos, como recién salidos de su pluma.

"El oficio de la política, por su naturaleza obligademante frenética, por su necesaria cortedad de visión (el llamado pragmatismo) y por la hipoteca de vender a muchos siempre el mismo producto, admite, como ningún otro oficio, la chapuza" pag. 194

En lo tocante a sus novelas García Hortelano es un escritor de inicio costumbrista (Nuevas amistades, Tormenta de verano), más tarde desmesurado (El gran momento de Mary Tribune), a menudo incomprendido (Los vaqueros en el pozo), en ocasiones metaliterario (Gramática Parda), tardíamente libertino y emboscado (Muñeca y macho) pero se trata sobre todo de un excelente cuentista y articulista. Cabe considerar que en las distancias cortas -en el cuerpo a cuerpo- su genio literario alcanza el máximo esplendor. Siguiendo con el símil boxístico la estrategia del correoso y fajador púgil de Lavapiés (a nuestra izquierda con calzón rojo) podría ser la siguiente: tras un par de asaltos -lease párrafos- de tanteo a fin no tanto de estudiar al rival como de adornarse ante su público comienza un ataque demoledor mediante una variada combinación de golpes de efecto -sarcasmo, esperpento, sátira, caricatura- para rematar con su temible gancho de izquierda directamente al mentón. A pesar de que nadie ha resultado herido de consideración -la tinta no ha llegado al río- se solicita asistencia médica: el lector está a punto de sufrir un torrencial ataque de risa.

"Que el locuaz se convierta en lenguaraz no causa asombro. Asombroso es algún maestro en el arte de no dejar hablar a los demás, al que basta tener un micrófono delante para que a fuerza de tanto y tan disperso palabrerío acabe por no dejarse hablar a sí mismo" pag. 272

Abundan los artículos desternillantes sobre los más variados asuntos -"De cómo evitar el galardón", "La arquitectura sonora", "Lapidario", "Madrid, la capital de Madrid", "La hija de Pocha", "Los años ilusorios"- pero hay también una vindicación del tabaco -"El humo ciega tus ojos"-, un feroz alegato antibelicista -"Hazañas bélicas"-, una crónica de viaje -"Roma, mi ventura"- o una declaración de amor a los puentes -"El vuelo constante". Se incluye además la célebre conversación, rebosante de complicidad e ironía, de Juan García Hortelano y Juan Benet (acaso no sería disparatado establecer una analogía entre esta inseparable pareja de "juanes" con aquella de estirpe cervantina y fama universal, de tal manera que un Quijote-Benet espigado, retórico y un punto extravagante divagase junto a su escudero Sancho Panza-Hortelano rechoncho, castizo y farandulero en torno al "estatuto de la narratividad")

Por las páginas de Crónicas, invenciones, paseatas junto a varias filias (Beckett, Onetti, Robert Walser, Boris Vian) y otras tantas fobias (la ópera, Galdós, los toros, la OTAN) desfilan los principales actores, y algún que otro secundario resultón, de aquella brillante escena literaria no tan lejana en el tiempo: Carlos Barral, Gil de Biedma, Jaime y Pedro Salinas, Gabriel Celaya, Vázquez Montalbán, Claudio Rodríguez, Ángel González... Las palabras que García Hortelano dedica a uno de Jesús Aguirre podrían aplicarse con justeza a este libro:

"Son tantas las lecturas que estos textos rezuman, que únicamente habiendo hecho amigos suyos a los libros se comprende que su autor haya dispuesto de tiempo, curiosidad y juicio para tan íntimo y valioso trato" pag. 209

Para terminar, proponemos los posibles ingredientes y modo de preparación del famoso "coctail Hortelano": tómese el néctar de dos manzanas de la apetitosa variedad Benet, exprímase una naranja de la clase Millás, mézclese todo con zumo de limón Azúa, añádase unas gotas de Ferlosio (exquisito licor destilado en Coria). Agítese bien y sírvase muy frío: preferentemente, con dos o tres cubitos de hielo. Abstenerse toreros, pusilánimes y beatos.



Hasta pronto