lunes, 21 de abril de 2008

EL FRANCOTIRADOR








Raymond Williams

Solos en la ciudad

Debate, 1997







Tal y como promete el subtítulo del libro, y el autor mismo explicita en la advertencia preliminar, este libro recopila "una serie de conferencias acerca de la novela inglesa desde Charles Dickens hasta D. H. Lawrence, que he ofrecido en los últimos siete años en la English Faculty de Cambridge". Raymond Williams se atreve incluso a poner fecha concreta al tumultuoso periodo que examina: de 1846 (año del inicio de la publicación por entregas de la "radicalmente innovadora" Dombey e hijo) a 1928 (año de publicación de El amante de Lady Chatterley), y en el intervalo se publica la obra de, ahí es nada, Charlotte y Emily Brontë, George Eliot, Thomas Hardy y Joseph Conrad. Solos en la ciudad propone un estimulante análisis de la novela anglosajona de la época -mediante fértiles glosas de los autores citados-, ante el problemático paso del campo a la ciudad que supuso la revolución industrial. Ya desde las primeras páginas, el autor no deja de llamar la atención acerca de los temas que orientan la intención rectora del libro:

"En qué consiste una comunidad, qué ha sido, en qué puede convertirse: cómo se vincula con los individuos y sus relaciones; cómo los hombres y las mujeres, directamente comprometidos, se ven a ellos mismos o van más allá de ellos mismos. Cómo dibujan, a veces a favor, pero con más frecuencia en contra de sus propias figuras, la forma de una sociedad" pag. 12

Siguiendo al pie de la letra los preceptos de la novela victoriana, para Jane Austen "los vecinos no son las personas que literalmente viven más cerca. Son aquellas que viven un poco más lejos pero a las que, en acto de reconocimiento social, se puede visitar". Un formidable salto cualitativo se produce a partir de Charles Dickens (1812-1870), que provoca una ruptura dentro de la historia de la novela no tanto porque otorgue por vez primera carta de naturaleza a los "humillados y ofendidos", sino porque en sus ficciones crea una nueva conciencia de "relaciones desconocidas e inadvertidas, conexiones profundas y decisivas, reconocimientos definidos (...) Se trata de vinculaciones reales e inevitables, de los necesarios reconocimientos y confesiones de cualquier sociedad humana, aunque se vean oscurecidas, complicadas y enmascaradas por la prisa, el ruido y lo variopinto de este orden social nuevo y complejo" pag. 37.

A continuación, Williams analiza brevemente la obra de las hermanas Brontë, donde las referencias a la crisis social se han visto a menudo ensombrecidas -sobre todo en Cumbres borrascosas (1847)- por una exhibición de la pasión amorosa, no en vano respecto a esta última se asegura que "no existe novela en la literatura inglesa que contenga tal intensidad y dimensión en los sentimientos". De George Eliot (1819-1880), pseudónimo de Mary Ann Evans y autora de obras maestras como El molino junto al Floss (1860) y Middlemarch (1872), se destaca la tensión surgida por la actitud insumisa de sus personajes entre "una idea de responsabilidad y coraje para la vida" y la realidad de un mundo "limitado y frustrante"

En cuanto a Thomas Hardy (1840-1928), que publicó entre otras Lejos del mundanal ruido (1874), El alcalde de Casterbridge (1886) y Jude el oscuro (1895) antes de dedicarse por completo a la poesía, se revela su verdadera personalidad, esto es, un "observador educado y participante apasionado en un periodo de cambio radical y general" y al tiempo "Hardy consiguió poner en el centro de sus novelas el proceso corriente de la vida y el trabajo. A pesar de su posición de observador cultivado, todavía toma la acción novelística de la vida ordinaria de sus compatriotas. El trabajo está presente en sus obras más decisivamente que en cualquier otro escritor inglés de comparable importancia" pag. 137

Respecto al imprescindible Joseph Conrad (1857-1924) la atención se centra en las obras de mayor contenido social como El corazón de la tinieblas (1899), Nostromo (1904) y El agente secreto (1907) y, así, Raymond Williams observa con singular agudeza: "Conrad alcanza a construirse completamente una identidad como novelista cuando imagina y crea a partir de su propia experiencia" para terminar finalmente emulando el poderoso estilo Joseph Conrad: "la soledad no es la condición del hombre, sino la respuesta, la respuesta trágica, a una acción y una historia (...) El mundo imaginado, único, fruto de una creación deliberada, el mundo ahora conocido del polaco inglés: Conrad el explorador, el incansable, el que atravesó los mares"

Por último, le llega el turno a D.H. Lawrence (1885-1930), autor entre otras de Hijos y amantes (1913) y Mujeres enamoradas (1920) del que con vocación sin duda polémica o subversiva se llega a afirmar: "fue el más dotado novelista inglés de la época" y sus novelas son "una especie de milagro del lenguaje".

Raymond Williams (1921-1988), de origen galés y ascendencia proletaria, pasa por ser uno de los más prestigiosos críticos culturales del pasado siglo que, dotado de una aguda capacidad de penetración bajo una óptica inequívocamente marxista, ha ido conquistando una posición tan excéntrica e irreductible como necesaria: la del francotirador. Y no desde otro lugar se puede ejercer la crítica literaria con la suficiente dosis de autonomía y la perspectiva adecuada (como recordaba Ignacio Echevarría hace poco más de una semana)


Hasta pronto

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