lunes, 31 de marzo de 2008

LA SOMBRA DE ALBERTI ES ALARGADA






Benjamín Prado

A la sombra del ángel

Aguilar, 2002








En 1977 tras largos años de exilio retornó a España -"un país que los canallas le habían arrebatado durante casi cuatro décadas"- el poeta Rafael Alberti convertido en un "auténtico mito literario y civil" y ataviado "con su melena de astrónomo, su gorra de marinero y sus camisas selváticas, vistosas como pájaros tropicales". Pocos años más tarde conocería a un jovencísimo Benjamín Prado.

A estas alturas resultaría superfluo -por tópico y redundante: en la red el interesado puede encontrar sin dificultad cientos de páginas al respecto- esbozar un ensayo biográfico o bibliográfico de Alberti, poeta de los más queridos para este lector pese a la evidente irregularidad de su obra. A la sombra del ángel relata la intensa relación casi tutelar -no en vano les separaba medio siglo de vida- que Benjamín Prado mantuvo durante trece años con el poeta gaditano. El autor advierte en el capítulo inicial que su intención no es "escribir una biografía de Rafael Alberti, ni tampoco ofrecer un inventario exhaustivo de los años que pasé junto a él, sino contar ciertos episodios de una parte de su historia, ocurrida entre 1981 y finales de 1993 o principios de 1994, que quizá guste conocer a los lectores".

Verosímil retrato íntimo, entre luces y sombras, de un hombre llamado Rafael más que del poeta Alberti, este libro nos revela a una persona siempre jovial y desinteresada, de carácter dicharachero, generoso y bromista ("son las tres, es la hora de Ibsen"; "no olvides el abrigo, hace mucho Freud"), y también a un escritor caprichoso y endiosado en ocasiones, con un pueril afán de protagonismo ("yo que he hecho la poesía más popular y la más oscura", "yo que soy un poeta archiconocido allá por donde vaya"). Rafael Alberti, desordenado y negligente en su aseo personal pero a la vez maniático de la puntualidad y presumido, "vivía intensamente, con una alegría como de niño ininterrumpido, los mejores momento de una existencia, en general, caótica, hecha de extremos que lo llevaban del tumulto y la fama al abandono, de los autógrafos y las ovaciones a la soledad de aquel escueto apartamento de una sóla habitación (..)"

A modo de ejemplo de la extraordinaria vitalidad del autor de Sobre los ángeles cabe mencionar la devoción de Alberti por el teatro al que Benjamin Pardo acompañó en "cientos de estrenos", los numerosos recitales de poesía que ofreció por toda España -¿quién no ha escuchado alguna vez la inconfundible voz declamatoria del poeta gaditano?- y sobre todo su afición a los "viajes literarios", en compañía de los poetas Luis García Montero, Javier Egea o Luis Muñoz, viajes que tuvieron entre otros los siguientes itinerarios: "el monasterio de Veruela, al pie del Moncayo, donde Becquer escribió sus cartas desde mi celda; o la tumba de Leonor, joven esposa de Antonio Machado, en Soria; o las murallas a cuyo pie encontró la muerte Jorge Manrique; o el emocionante huerto de San Juan de la Cruz y la iglesia donde está expuesto un dedo incorrupto de Santa Teresa de Jesús en Ávila..."

La biografía de Rafael Alberti, que recorre el siglo XX en su totalidad, ha deparado multitud de anécdotas con autores de la talla de Hemingway, Albert Camus o Pablo Neruda, recogidas en sus libros de memorias. Por su parte el lector de A la sombra del ángel tiene el privilegio de asistir al reencuentro con alguno de sus compañeros de generación como José Bergamín, Gerardo Diego y Dámaso Alonso. Precisamente del último de ellos se relata un conmovedor episodio que sucedió durante la ceremonia de entrega del premio Cervantes en 1984: "Desde mi asiento, vi que, al incorporarse, la pernera derecha del pantalón había quedado montada sobre la caña de los botines, y que allí se encaminaba el maestro, hacia el solemne púlpito, con esa pata remangada a lo Cantinflas, sorprendido ante la notable muchedumbre en actitud un tanto pantuflera. Entonces, con una rapidez inesperada en un hombre de sus muchos años, su viejo amigo Dámaso Alonso abandonó su asiento y, arrodillándose a espaldas de Alberti, le desenganchó y colocó el pantalón"

Benjamín Prado da cuenta en el capítulo final -La zona sombría, su esclarecedor título- de la serie de ultrajes ocurridos a raiz del funesto segundo matrimonio de Rafael Alberti en 1990: la conversión del nombre de quien fue el "poeta del pueblo" en marca registrada, la depuración en las memorias de Alberti de ciertos nombres y la manipulación interesada del texto, el escándalo de los diez testamentos que el poeta firmó entre los años 1991 y 1996, el escamoteo de material de indudable interés pero sobre todo de gran valor económico de la Fundación Alberti... No quisiera empozoñar este blog con el nombre de la responsable de tanta infamia. Como bien dice Benjamín Prado "el destino de las langostas es morir de hambre o devorarse entre ellas"

Finalmente no me resisto a transcribir un célebre poema del primer libro de Rafael Alberti por el que siento especial debilidad:


SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA

Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.

Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.

¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla,
y sobre el ancla una estrella,
y sobre la estrella el viento,
y sobre el viento la vela!

(Marinero en tierra, 1924)



Hasta pronto

domingo, 30 de marzo de 2008

EL CORAZÓN DEL BOSQUE


Tal día como hoy, hace 61 años fallecía el escritor galés Arthur Machen, autor de exquisitos relatos fantásticos y traductor de Casanova. En 1907 publicó la narración vagamente autobiográfica La colina de los sueños:

"Durante toda su vida había saboreado las delicias de la soledad, y había adquirido ese hábito mental que hace que un hombre halle rica compañía en una ladera pelada, y le inclina a retirarse al corazón del bosque para meditar allí, a la orilla de las charcas oscuras"

(Traducción de Francisco Torres Oliver)


sábado, 29 de marzo de 2008

UNO DE LOS NUESTROS







Juan García Hortelano

Crónicas, invenciones, paseatas

Lumen, 2008






Para este lector la publicación de un "nuevo" libro de Juan García Hortelano -más allá de que en gran medida el material recopilado en el presente volumen ya formara parte de Crónicas correspondidas (Alfaguara, 1997)- resulta todo un motivo de celebración. Y un gozoso reencuentro.

Debido a su carácter coyuntural las colaboraciones periodísticas constituyen la parte más "perecedera" -por así decirlo- entre la producción de un escritor, la más sensible al paso del tiempo. Son textos con fecha de caducidad que leídos posteriormente dejan por lo general un regusto rancio y cierto aroma a naftalina. Contra toda lógica los artículos -certeros, audaces, combativos, libertarios- de García Hortelano han resistido a la perfección los años transcurridos, siguen vigentes y se mantienen frescos y lozanos, como recién salidos de su pluma.

"El oficio de la política, por su naturaleza obligademante frenética, por su necesaria cortedad de visión (el llamado pragmatismo) y por la hipoteca de vender a muchos siempre el mismo producto, admite, como ningún otro oficio, la chapuza" pag. 194

En lo tocante a sus novelas García Hortelano es un escritor de inicio costumbrista (Nuevas amistades, Tormenta de verano), más tarde desmesurado (El gran momento de Mary Tribune), a menudo incomprendido (Los vaqueros en el pozo), en ocasiones metaliterario (Gramática Parda), tardíamente libertino y emboscado (Muñeca y macho) pero se trata sobre todo de un excelente cuentista y articulista. Cabe considerar que en las distancias cortas -en el cuerpo a cuerpo- su genio literario alcanza el máximo esplendor. Siguiendo con el símil boxístico la estrategia del correoso y fajador púgil de Lavapiés (a nuestra izquierda con calzón rojo) podría ser la siguiente: tras un par de asaltos -lease párrafos- de tanteo a fin no tanto de estudiar al rival como de adornarse ante su público comienza un ataque demoledor mediante una variada combinación de golpes de efecto -sarcasmo, esperpento, sátira, caricatura- para rematar con su temible gancho de izquierda directamente al mentón. A pesar de que nadie ha resultado herido de consideración -la tinta no ha llegado al río- se solicita asistencia médica: el lector está a punto de sufrir un torrencial ataque de risa.

"Que el locuaz se convierta en lenguaraz no causa asombro. Asombroso es algún maestro en el arte de no dejar hablar a los demás, al que basta tener un micrófono delante para que a fuerza de tanto y tan disperso palabrerío acabe por no dejarse hablar a sí mismo" pag. 272

Abundan los artículos desternillantes sobre los más variados asuntos -"De cómo evitar el galardón", "La arquitectura sonora", "Lapidario", "Madrid, la capital de Madrid", "La hija de Pocha", "Los años ilusorios"- pero hay también una vindicación del tabaco -"El humo ciega tus ojos"-, un feroz alegato antibelicista -"Hazañas bélicas"-, una crónica de viaje -"Roma, mi ventura"- o una declaración de amor a los puentes -"El vuelo constante". Se incluye además la célebre conversación, rebosante de complicidad e ironía, de Juan García Hortelano y Juan Benet (acaso no sería disparatado establecer una analogía entre esta inseparable pareja de "juanes" con aquella de estirpe cervantina y fama universal, de tal manera que un Quijote-Benet espigado, retórico y un punto extravagante divagase junto a su escudero Sancho Panza-Hortelano rechoncho, castizo y farandulero en torno al "estatuto de la narratividad")

Por las páginas de Crónicas, invenciones, paseatas junto a varias filias (Beckett, Onetti, Robert Walser, Boris Vian) y otras tantas fobias (la ópera, Galdós, los toros, la OTAN) desfilan los principales actores, y algún que otro secundario resultón, de aquella brillante escena literaria no tan lejana en el tiempo: Carlos Barral, Gil de Biedma, Jaime y Pedro Salinas, Gabriel Celaya, Vázquez Montalbán, Claudio Rodríguez, Ángel González... Las palabras que García Hortelano dedica a uno de Jesús Aguirre podrían aplicarse con justeza a este libro:

"Son tantas las lecturas que estos textos rezuman, que únicamente habiendo hecho amigos suyos a los libros se comprende que su autor haya dispuesto de tiempo, curiosidad y juicio para tan íntimo y valioso trato" pag. 209

Para terminar, proponemos los posibles ingredientes y modo de preparación del famoso "coctail Hortelano": tómese el néctar de dos manzanas de la apetitosa variedad Benet, exprímase una naranja de la clase Millás, mézclese todo con zumo de limón Azúa, añádase unas gotas de Ferlosio (exquisito licor destilado en Coria). Agítese bien y sírvase muy frío: preferentemente, con dos o tres cubitos de hielo. Abstenerse toreros, pusilánimes y beatos.



Hasta pronto

jueves, 27 de marzo de 2008

ÁGUILAS O CANARIOS



En una carta a su amante fechada el 27 de marzo de 1853 Gustave Flaubert escribió lo siguiente:

"La vida pesa mucho a quienes tienen alas; cuanto mayores son las alas, más dolorosa es la envergadura. Los canarios enjaulados dan saltitos, están alegres; pero las águilas tienen un aire sombrío porque se les rompen las plumas contra los barrotes. Y todos somos más o menos águilas o canarios, loros o buitres. La dimensión de un alma puede medirse por su sufrimiento, igual que se calcula la profundidad de los ríos por su corriente"


Cartas a Louise Colet

(Traducción de Ignacio Malaxecheverría)

sábado, 22 de marzo de 2008

LA SUERTE DE LOS HOMBRES



Según la Encyclopædia Britannica, tal día como hoy del año 1728 nacía en Bohemia el pintor Anton Raphael Mengs

"Es muy útil que los hombres vivan en el engaño de que el mérito es el origen de la honra y de la fortuna; pues así se empeñan a seguirle. Los accidentes sin embargo son los que por lo regular deciden de la suerte de los hombres; y la misma virtud en diversos tiempos y patrias produce diversos efectos"

Obras de D. Antonio Rafael Mengs

(traducción de D. Joseph Nicolas de Azara)

domingo, 16 de marzo de 2008

DESDE LA CUMBRE







Julien Gracq

A lo largo del camino

Acantilado, 2008






Sería un acontecimiento extraordinario que cualquiera de los libros del recientemente fallecido Julien Gracq pudiera convertirse en éxito de ventas, pero no tanto por la presunta complejidad de su prosa o el ensimismado argumento de sus relatos cuanto por el carácter proteico, tangencial, de su obra, a saber: de El castillo de Argol (1938) ha llegado a decirse que es un cuento gótico de estirpe surrealista, a El mar de las Sirtes (1951) se la ha calificado de fábula alegórica, novela iniciática o incluso de utopía mientras que con La forma de una ciudad (1985) Gracq pretendió escribir su autorretrato a través de una descripción de Nantes (1). A la postre el lector común suele preferir productos tradicionales, aunque mediocres, a los arriesgados y fructíferos ejercicios de equilibrismo narrativo de Julien Gracq: "la única literatura necesaria es siempre una respuesta a lo que todavía no ha sido formulado".

Con A lo largo del camino (1992) sucede asimismo que sin ser cabalmente un libro de viajes o una autobiografía al uso y ni siquiera un mero volumen de ensayos, participa sin embargo en mayor o menor medida de todos ellos. No andaría muy desencaminado (pero tampoco acertaría de pleno) quien adjudicara a este libro el término de miscelánea. Julien Gracq, por su parte, confiesa en una nota que antecede al texto: "El camino al que se refieren las notas que forman este libro es por supuesto el que atraviesa y enlaza los paisajes de la tierra. Es también, algunas veces, el del sueño y a menudo el de la memoria, la mía y también la memoria colectiva, a veces la más lejana: la historia y por eso es también el de la lectura y el del arte"

Quizá no sea éste el libro más indicado para el lector primerizo de Julien Gracq -autor emparentado por temática, peripecia vital y temperamento literario con Buzzati, Jünger y nuestro Juan Benet, respectivamente- pero sin duda aquí se encuentran, quintaesenciados, casi todos los signos de identidad que vertebran su biografía literaria: de la temprana filiación al Partido Comunista y los coqueteos con el surrealismo tardío a su breve participación en el Segunda Guerra Mundial, desde su patente aspiración de marginalidad (no en vano ninguno de sus libros fue publicado en edición de bolsillo) hasta su siempre malentendida "pose" entre elitista, tímida y arrogante (no en vano rechazó el premio Goncourt en 1951 y apenas concedía entrevistas), de su afición a las óperas de Wagner y la devoción por el ajedrez, a su acérrima defensa del ámbito rural en contraste con la ciudad de "atributos vulgares". Todo ello aderezado con la sensualidad inconfundible de su prosa.

"Hay una elipsis del recuerdo que, a la manera de la heráldica, vincula a veces ciertos lugares visitados rápidamente, o atravesados a lo largo de la carretera, con dos o tres atributos estilizados que los representan con orgullo, como hace un escudo, demediado o a lo sumo partido en cruz, sobre la puerta de una ciudad" pag. 14

"nunca atravieso en ferrocarril una ciudad que se sumerje en el crepúsculo y cuyas luces se encienden sin que se apodere de mí el deseo súbito de pararme, de sorprender al azar de sus calles el matiz particular, casi místico y siempre diferente, del matrimonio que ella concluye con la lenta inmersión en las tinieblas" pag. 26

El estilo de Julien Gracq es un acabado ejemplo de delicada orfebrería verbal, las frases se encadenan formando armoniosas melodías de gran capacidad evocadora según una partitura que esbozó en su Leyendo, escribiendo (1980) "Siempre he tenido tendencia, cuando escribo, a abusar de la elasticidad de construcción de la frase latina, no preocupándome más que de forma muy insolente, por ejemplo, de la proximidad del promombre relativo y del sustantivo al que se refiere (...) Es el libre movimiento orientador de la frase el que me guía, y no las sólidas suturas de la sintaxis francesa, que quiere que se acerquen profundamente los dos bordes antes de coserse"

Se diría que Gracq, en cada uno de sus libros, se propone escalar una montaña por la senda más abrupta sin otra impedimenta que su libre albedrío y un portentoso olfato literario a modo de brújula. No se arrepentirá el osado lector que decida acompañar a Gracq en su ascensión pues una vez alcanzada la cumbre -y el camino estará preñado de excursos, paradas, rodeos y atajos- el paisaje que se divisa desde allí posee una belleza deslumbrante. Y el aire es más puro.

Por último me gustaría destacar la acertada traducción de Cecilia Yepes.



Hasta pronto

(1) Octavi Martí, Julien Gracq, surrealista racional y libertario, El país (24/12/2007)

domingo, 9 de marzo de 2008

UN PERVERSO CUENTO DE HADAS









Ray Bradbury

La feria de las tinieblas

Minotauro, 2001









El escritor estadounidense Ray Bradbury fue galardonado en el año 2006 con el VI Premio Reino de Redonda "por sus extraordinarias narraciones fantásticas, en las que confluyen una inventiva tan original como poética, un profundo talante humanista y un desacostumbrado romanticismo" y nombrado Duke of Diente de León en la peculiar nobleza redondina que reúne entre otros a Lobo Antunes, Almodovar, Coetzee, Sebald, Coppola, John Ashbery o Anthony Beevor. Desde este blog nos hemos propuesto recuperar su obra, buena parte de la cual lamentablemente no se encuentra a disposición del lector sino en librerías de viejo.

Publicada en 1962, La feria de las tinieblas (cuyo shakesperiano título original Something Wicked this Way Comes procede de Macbeth y literalmente significa "Algo terrible se avecina") cuenta la historia de dos adolescentes, Jim Nightshade y Will Halloway, unidos desde su nacimiento por una ominosa coincidencia -"Todos los años Will encendía las velas de una única tarta, un minuto antes de medianoche, y Jim las apagaba soplando un minuto después, cuando empezaba el último día de octubre", no en vano víspera de Todos los Santos- que tras enfrentarse a la siniestra atracción que una feria sobrenatural ejerce sobre ambos "ya nunca más fueron tan jóvenes..." Es decir, una especie de Bildungsroman -o novela de aprendizaje- del género fantástico.

El padre de Will -"Charles Halloway, ciudadano, padre, marido introspectivo, vagabundo de la noche y guardián de la biblioteca"- ejerce el papel de "guía turístico" en este portentoso viaje a la madurez salpicando el camino con certeras reflexiones en torno al ser humano:

«
En algún momento dejamos caer la garra del gorila. En algún momento dejamos de lado los dientes del carnívoro y nos pusimos a mascar hierba. Metimos tierra junto con sangre en nuestra filosofía, durante muchas generaciones. Desde entonces nos hemos situado a nosotros mismos bastante por encima del mono, pero muy por debajo del ángel (...) Y en definitiva ¿qué somos? Criaturas que saben, y que saben demasiado» pag. 204-205

«Un hombre, una mujer, antes de separarse o matarse prefieren hostigarse toda una vida, tirándose de los pelos, sacándose las uñas. El sufrimiento ajeno es como una droga que ayuda a vivir» pag. 212

Ray Bradbury recupera en este libro al Hombre Ilustrado, personaje que había utilizado con anterioridad en una colección de relatos del mismo nombre. Aquí el Hombre Ilustrado -así denominado porque su cuerpo está cubierto de enigmáticos tatuajes, nada que ver con Diderot o Voltaire- tiene por nombre Dark y es propietario de la feria ambulante "El Pandemonium de las Sombras" que presenta entre otras las siguientes atracciones: ¡LA MUJER MÁS HERMOSA DEL MUNDO!, ¡MEFISTÓFELES, EL BEBEDOR DE LAVA! ¡EL HOMBRE ELÉCTRICO! ¡EL MONSTRUO MONTGOLFIER! ¡MADEMOISELLE TAROT! ¡EL HOMBRE COLGANTE! ¡EL DEMONIO GUILLOTINA! ¡EL ESQUELETO! ¡LA BRUJA DEL POLVO! Sin olvidar un carrusel para viajar en el tiempo y el insondable laberinto de espejos. Una sugestiva oferta ¿no les parece?

En ocasiones se enseñorean del relato los fenómenos de feria -criaturas aberrantes, sí, pero también prodigiosas, más dignas de lástima que de escarnio (y de pronto se viene a la memoria la turbadora Freaks de Todd Browning). Quién sabe si un monstruo acaso no produce espanto o fascinación tanto por su deformidad cuanto por el asombroso parecido que guarda con el tipo que nos es dado contemplar cada mañana en el espejo.

Atendiendo al carácter fantástico y a la sencilla complejidad de su argumento, parece legítimo situar La feria de las tinieblas en el territorio de la literatura juvenil -y bien mirado algo tiene de perverso cuento de hadas- aunque el singular estilo de Bradbury entre pueril y bizarro, entre alegórico y zumbón, permite que su lectura pueda ser disfrutada a cualquier edad.

«Una feria ha de ser toda gruñidos, rugidos, ruidos ensordecedores de maderas amontanadas, sacudidas y golpeadas, explosiones de polvo de león, hombres animados por la furia del trabajo, botellas descorchadas, caballos desbocados, una estampida de máquinas y elefantes a través de lluvias de sudor, mientras las cebras relinchan y tiemblan como jaulas encerradas en jaulas» ..pag. 61

El libro contiene un esclarecedor epígrafe extraído de Moby Dick que cabe considerar asimismo como una moraleja anticipada: "No sé todo lo que puede venir, pero de cualquier modo, iré hacia eso riendo"


Hasta pronto

viernes, 7 de marzo de 2008

TRAVESÍA POR EL AMAZONAS






Javier Reverte

El río de la desolación

Random House Mondadori, 2004









Quizá por falta de tiempo o de ocasión no habíamos leído hasta ahora -pero nunca es demasiado tarde- ninguno de los ya numerosos libros de viajes que Javier Reverte ha dado a la imprenta desde hace algo más de una década.

El río de la desolación narra por un lado las peripecias de Reverte durante la travesía del Amazonas, casi desde su nacimiento en los Andes peruanos hasta su desembocadura en el Atlántico, a bordo de embarcaciones desprovistas de cualquier comodidad imaginable -las cubiertas de los barcos se convierten a menudo en alcoba comunitaria para todo el pasaje-, y por otro lado ofrece un breve pero suculento recorrido por la historia de quienes navegaron el río antes que él -vervigracia Francisco de Orellana y también Lope de Aguirre, el capitán portugés Pedro Texeira, los científicos Humboldt y La Condamine, el jesuíta y cartógrafo Samuel Fritz, el diplomático irlandés Roger Casement... No es mérito menor haber logrado trenzar con admirable habilidad narrativa el relato en tiempo presente y la evocación de sucesos historicos.

La historia del Amazonas como la de tantos otros lugares del planeta -¿todos?- es la crónica de la explotación del hombre blanco -¿civilizado?- sobre los pueblos indígenas. Sirva como ejemplo espeluznante las formas más comunes de castigo que los esbirros del cacique Arana infligían a los indios si no se cumplían las cuotas mínimas de producción de caucho: "los azotes con látigo, el aprisionamiento en cepos, el encarcelamiento en celdas sin agua y luz durante días, el semiahogamiento delante de los parientes de la víctima; la violación de las mujeres ante sus maridos e hijos, la mutilación de dedos, manos y orejas; la exposición de las víctimas en la entrada de las estaciones, colgadas de las manos y desnudas; la crucifixión, el lanzamiento a corrientes del río de indígenas atados de pies y maos; la aplicación de sal en las heridas, la incineración de gente viva con queroseno; la muerte por hambre y el «aperreamiento», esto es: hombres, mujeres y niños arrojados como comida para los grandes mastines de los capataces"

Acostado en su hamaca, Javier Reverte -aquejado por fortuna para sus lectores de una insaciable curiosidad- consigna escrupulosamente en un libro de notas todo lo que llama su atención, desde una receta para reducir las cabezas al modo de los jíbaros hasta "la primera paella de pirañas de la historia" pasando por la exótica leyenda amazonia en torno a los bufeos -especie de delfines rosados de río- que según el sabroso relato de un lugareño "a veces se convierten cuando anochece en hombres bien guapos, altos, rubios, como agringados. En los días de fiesta asoman en las aldeas y seducen a las muchachas. Las llevan a la orilla del río, les magrean los chuchos y las hacen suyas. A algunas las ahogan luego. Y a otras las dejan con una criatura en el vientre. En el río hay muchos hijos de bufeo".

El autor emplea un estilo ágil, coloquial y por lo general sobrio pero no desdeña, bien que muy ocasionalmente, la retórica más desaforada: "Árboles desgajados descendían a lomos del Amazonas, como cadáveres putrefactos de vigorosos equinos, tirados al río tras una feroz batalla librada aguas arriba. Los matorrales arrancados de las orillas por la fuerza del río tenían la apariencia de crines de caballos muertos. El aire era pecaminoso, carnal, impregnado de olores a plantas que nacían y a vegetación moribunda. Sobre los anchos hipódromos del cielo cabalgaban nubes azuladas."

El río de la desolación, en suma, es un libro divulgativo sin caer en el didactismo, ligero y entretenido pero nunca trivial, humanístico en lugar de humanitario, descriptivo y pintoresco sin asomo de costumbrismo. En las antípodas tanto del viajero romántico o literario como del turista adocenado, Javier Reverte hace gala de un irreductible sentido común:

"Antes cuando viajaba procuraba fijarme en lo que me diferenciaba de los otros. Ahora sólo me intereso en lo que nos parecemos"

"Pienso ahora que el oficio de escribir es realmente curioso: a veces no te das cuenta de que has vivido una aventura real hasta que la escribes"



Hasta pronto

domingo, 2 de marzo de 2008

LA ÉTICA DEL PEÓN DE AJEDREZ






Arturo Pérez Reverte

Un día de cólera

Alfaguara, 2007







La primera cuestión que asalta al lector de Un día de cólera es la problemática filiación de un texto que ya antes de su inicio se define negativamente "Este relato no es ficción ni libro de Historia". Pérez Reverte, no obstante, despejaba cualquier asomo de duda en la presentación del libro emparentándolo con El diario del año de la peste de Daniel Defoe, ¿Arde París? de Collins y Lapierre o El día más largo de Cornelius Ryan "que son libros documento, libros reportaje". Nada que objetar.

Un día de cólera es el segundo libro de estas características -por encargo editorial y en vísperas de sendos bicentenarios, aquél sobre la batalla de Trafalgar y en torno al 2 de Mayo éste- que Arturo Pérez Reverte ha dado a la imprenta en apenas tres años. Acaso sea productivo hacer un somero escrutinio de ambas obras, más para percibir las diferencias que para comprobar sus evidentes similitudes, no en vano comparten una misma y declarada intención: "He querido meter al lector en la batalla, que la viviera desde dentro" -Cabo Trafalgar (2004)-, "He querido hacer que el lector lo viva, por primera vez, en la calle. Que entienda cómo fue, y que se sienta un participante, que pase miedo, que corra, que sude" -Un día de cólera (2007). Sin duda éste puede ser un objetivo muy respetable para el escritor de novelas pero ¡ojo! se deben cuidar las formas. Mientras que -pongamos por caso- Joseph Conrad tan sólo permite al lector vislumbrar apenas la peripecia a través del ojo de la cerradura, Pérez Reverte no se anda por las ramas y reventando la puerta de un puntapié sitúa al espectador de sopetón en plena reyerta (la denominación lector/espectador no es en modo alguno gratuita pues resulta cristalino el ascendente cinematográfico en la escritura de éste último).

Si en Cabo Trafalgar Pérez Reverte se "permitió" introducir en el relato un navío que nunca existió (de nombre Antilla) a bordo del cual trascurre la mayor parte de la acción porque "es privilegio del novelista manipular la historia en beneficio de la ficción" -relato aderezado además con un lenguaje rudimentario, a menudo pedestre, repleto de onomatopeyas de comic y anacronismos de juzgado de guardia- en Un día de cólera, sin embargo, se afirma que "cuantas personas y lugares aparecen aquí son auténticos, así como los sucesos narrados y muchas de las palabras que se pronuncian (...) Lo imaginado, por tanto, se reduce a la humilde argamasa narrativa que une las piezas" Para tranquilidad del lector aclaremos que el estilo de este libro resulta sobrio, comedido e incluso elegante en comparación con el de su predecesor.

Un día de cólera es sobre todo un conmovedor homenaje a los caídos el 2 de Mayo. Se detallan escrupulosamente los heroicos rasgos de su feroz lucha contra el ejército francés y los patéticos pormenores de su muerte. La enumeración de nombres y apellidos, lugar de origen, edad y hasta profesión engarzados como las cuentas de un rosario en minuciosas letanías llegan en algún caso a ser sobrecogedoras:

«Sólo en el Prado, los sepultureros llenarán al día siguiente nueve carros de cadáveres, pues la cantidad de ejecutados allí es enorme. Entre ellos se cuentan el zapatero Pedro Segundo Iglesias, que tras matar a un francés fue delatado por un vecino en la calle del Olivar, el mozo de labor del real sitio de San Fernando Dionisio Santiago Jiménez Coscorro, el toledano Manuel Francisco González, el herrero Julián Duque, el escribiente de lotería Francisco Sánchez de la Fuente, el vecino de la calle del Piamonte Francisco Iglesias Martínez, el criado asturiano José Méndez Villamil, el mozo de cuerda Manuel Fernández, el arriero Manuel Zaragoza, el aprendiz de quince años Gregorio Arias Calvo -hijo único del carpintero Narciso Arias- el vidriero Manuel Almagro López, y el joven de diecinueve años Miguel Facundo Revuelta, jardinero de Griñón que combatió junto a su padre Manuel Revuelta(...)» pag. 355

No cabe duda de que Arturo Pérez Reverte goza del favor mayoritario del público lector. No cabe duda de que posee una indudable destreza para la narración, sus novelas suelen ser ágiles y directas, sus libros siempre están muy bien documentados. No cabe duda también de que -parafraseando a Flaubert- sólo con oficio y buenas intenciones no se logra una literatura de calidad.

Para explicar a su capitán Alatriste, Arturo Pérez Reverte ha recurrido en ocasiones a la afortunada expresión "la ética del peón de ajedrez" que, por extensión, podría aplicarse asimismo a casi todos los demás protagonistas de sus novelas. Es harto conocida la predilección de este escritor por el héroe solitario, el perdedor anónimo, el españolito de a pie (cuanto más cutre, analfabeto y patibulario mejor). El problema no es la extracción social o el nivel académico de sus personajes -faltaría más- sino que la mencionada figura de ajedrez sirve perfectamente para ilustrar tanto el grado de exigencia de Pérez Reverte a la hora de escribir sus libros como también -mucho me temo- el tipo de público al que éstos inequívocamente se dirigen.

Y este lector, como mínimo, es un alfil.



Hasta pronto