martes, 31 de marzo de 2009

ASTURIAS PATRIA QUERIDA









Hugh Thomas

Carta de Asturias

Editorial Gadir, 2006







La primera frase de un libro, si es brillante, suele convertirse en una losa demasiado pesada de levantar para el escritor. Carta de Asturias comienza de forma memorable: "Asturias, en el norte de España, tiene forma de mariposa". El resto es otra historia muy diferente.

De la lectura de este libro se pueden extraer varias conclusiones. En primer lugar, que Hugh Thomas -un reconocido hispanista de origen galés, autor de una pionera y célebre historia de la gerra civil española, publicada en 1961- no es un brillante estilista. Carta de Asturias está escrito en un estilo anodino, desaliñado, y el lector tiene a menudo la impresión de tenérselas que ver con una especie de guía michelín. Lo que en un libro de historia quizá pueda considerarse adecuado para cubrir el expediente (una prosa funcionarial), en uno de viajes, publicado además por una editorial digamos literaria, no alcanza de ninguna manera a satisfacer las expectativas.

En segundo lugar, que resulta inequívoca la deriva que con el tiempo ha tomado el pensamiento del historiador británico -reconocida por el propio Thomas en una entrevista concedida al diario El País: 'Soy equilibrado en mis juicios, pero ahora soy más conservador que en los años sesenta'. La primera parte de esta aseveración se desmiente primero en este libro con expresiones como "el extraordinario general Queipo de Llano" (individuo cuyo mayor mérito militar fue la salvaje represión que ordenó en Sevilla contra la indefensa población civil -'Id preparando sepulturas'- y responsable último del asesinato de García Lorca -'Dadle cafe, mucho cafe') y más tarde se vuelve triste falacia en el capítulo "La guerra civil en Asturias" donde Hugh Thomas haciendo gala de un disparatado revisionismo histórico tilda a los republicanos de "fuerzas revolucionarias" e incluso de "exaltados revolucionarios" (¿?) mientras que el ejército nacional se dedica a "liberar" Oviedo o "rescatar" Covadonga (¡!). Un poco más tarde el hispanista galés intenta justificar de forma patética el brutal exterminio llevado a cabo por el ejército nacional tras la guerra civil. Para rematar la faena el traductor convierte a los nacionales en "nacionalistas" (lo que no deja de tener su retranca).

Más allá de cuestiones estilísticas e ideológicas (pero ¿se pueden dejar aparte?) el libro, primorosamente editado por Gadir, contiene una generosa muestra de bellas fotografías de Asturias y una apasionada vindicación del gran Jovellanos, y podrá ser útil tanto al lector curioso como al viajero concienzudo pues proporciona valiosa información sobre buena parte de los monumentos e iglesias del Principado. Sin embargo -imperdonable olvido- Hugh Thomas no hace mención alguna al bellísimo parque natural de Somiedo.

BREVE NOTA AUTOBIOGRÁFICA

A pesar de lo mucho objetado a Carta de Asturias tengo que reconocer que su lectura me ha emocionado profundamente pues no en vano tengo ascendencia asturiana (mi padre y mi madre nacieron en sendos pueblecitos pertenecientes al concejo o municipio de Cangas de Narcea) y buena parte de los veranos de mi infancia y adolescencia los he pasado allí. Muchos de los lugares citados por Hugh Thomas me traen a la memoria gratísimos recuerdos -Luarca, Castropol, Ribadesella, Llanes, Leitariegos- y de mi propia cosecha puedo aportar alguno más: Morzó (el pueblo de mi madre), Villategil, Puenteciella, Bimeda, Fondos de Villa. Esta reseña se escribió teniendo muy presente a toda mi familia asturiana, a los que ya no están -mis abuelos Adela y Francisco, María y Amador, mi tío Luis, la querida tía Carmen y también al bueno de José de Sildo- y a los que allí continuan: mis tíos Claudio e Isolina, mis primos Paco, Bea y Luisma. Y por supuesto a mis padres.


Hasta pronto

domingo, 29 de marzo de 2009

PEDAGOGÍA


Hace 114 años tal día como hoy nació en la localidad alemana de Heidelberg el inclasificable y escurridizo escritor Ernst Jünger. Su ingente obra todavía no ha sido adecuadamente comprendida ni valorada en toda su verdadera magnitud.


"Los niños son seres divinos: el mundo estaría en orden si nosotros nos educáramos siguiéndolos a ellos en vez de educarlos de acuerdo a nuestra modalidad"


Enst Jünger, El autor y la escritura (Trad. Ramón Alcalde)

miércoles, 25 de marzo de 2009

Cultura periodística

He leído estos días Ana Karenina. Muy al comienzo de la novela, en la presentación que Tolstoi hace de uno de sus personajes —el príncipe Stepan Arkadich, hermano de Ana Karenina—, figura el siguiente pasaje, que cito por extenso, convencido de que el lector lo agradecerá:

“Stepan Arkadich recibía y leía un periódico no demasiado liberal, pero de una orientación que era la de la mayoría. Y a pesar de que, en realidad, no le interesaban ni la ciencia, ni el arte, ni la política, apoyaba con firmeza las opiniones que tanto la mayoría como su periódico profesaban sobre estos temas y sólo las cambiaba cuando la mayoría lo hacía o, mejor dicho, no la cambiaba, sino que ellas mismas se cambiaban en su mente sin que él se apercibiera de ello.

“Stepan Arkadich no había escogido sus ideas u opiniones políticas, sino que unas y otras se le habían venido por sí mismas; como tampoco había escogido la forma de su sombrero o de su levita, sino que adoptaba las que estaban de moda. Y para quien, como él, pertenecía a una esfera social en la que se juzgaba imprescindible saber qué pensar sobre determinadas cosas, tener opiniones era tan indispensable como usar sombrero. Si había un motivo para preferir las ideas liberales a las conservadoras —que muchos miembros de su círculo también sostenían— no era porque creyese que el liberalismo era más racional, sino porque estaba más conforme con su estilo de vida. El Partido Liberal decía que en Rusia todo iba mal, y, en efecto, Stepan Arkadich tenía muchas deudas y, ciertamente, carecía de dinero suficiente. El Partido Liberal mantenía que el matrimonio era una institución trasnochada y que era menester ponerla al día, y, en efecto, la vida de familia procuraba a Stepan Arkadich pocas satisfacciones y lo obligaba a mentir y disimular, lo que repugnaba a su carácter. El Partido Liberal decía, o mejor dicho, daba a entender, que la religión no es más que una rienda para frenar al elemento bárbaro de la población, y, efectivamente, Stepan Arkadich no podía aguantar la más breve función religiosa sin que le doliesen las rodillas, ni podía comprender el porqué de esas palabras terribles y altisonantes acerca del otro mundo, cuando era tan divertido vivir en éste [...] Así, pues, el liberalismo había llegado a ser un hábito para Stepan Arkadich, a quien su periódico le gustaba por el mismo motivo que su cigarro después de la comida, a saber, por la ligera neblina que le creaba en la cabeza”.

Sorprende, siglo y medio después de haber sido hecha, la vigencia de esta perspicacísima observación. Costaría encontrar una mejor descripción del tipo de relación que, hoy como entonces, mantienen muchos lectores con el periódico del que son más o menos asiduos.

La observación resulta especialmente pertinente en estos tiempos en que por todas partes se oye hablar de la supuesta decadencia de la prensa escrita, de su inminente desbancamiento por la prensa digital. Sin entrar aquí en aburridas especulaciones, lo cierto es que el diario impreso constituye un soporte difícilmente sustituible en cuanto objeto no sólo de consumo, sino que también de identificación y de ostentación, provisto de una marca que permite atribuir a su dueño o usuario determinadas connotaciones socioculturales mucho antes que ideológicas.

El pasaje citado explica muy bien de qué modo ejerce su influencia un periódico consolidado, ya no digamos si hegemónico, como es el caso de este mismo en que se publica este artículo. Se trata de algo extraordinariamente sutil, que no pasa por el adoctrinamiento más o menos tácito ni por la manipulación, o no solamente. Se trata más bien de una comunión de intereses de toda especie que el periódico en cuestión contribuye a catalizar y a transmitir convertida en eso tan inasible que se llama opinión pública y que no sólo incide sobre las ideas políticas, sino que también sobre el gusto, los hábitos, las actitudes.

Es en este sentido en el que cabe hablar del periódico mismo como un hecho cultural, que configura la sensibilidad del lector y lo hace receptivo a determinadas opciones no sólo éticas, sino también estéticas, sin que sea posible distinguir del todo a cuál de ellas pertenece la elección de su sombrero o de la levita que lleva puesta.
Ignacio Echevarría
El Mercurio, 15 de marzo de 2009