viernes, 29 de febrero de 2008

DEL AMOR A LOS LIBROS






Helene Hanff

84, Charing Cross Road

Círculo de Lectores, 2004







Confieso haber visto la película del mismo título magistralmente protagonizada por Anthony Hopkins y Anne Bancroft antes de leer el libro. Y aquélla -era inevitable- me ha conducido a éste.

En 1949 Helene Hanff una "escritora pobre amante de los libros antiguos" que reside en Nueva York tras leer en el períodico el anuncio de una librería anticuaria londinense escribe una carta adjuntando una lista de libros con sus "necesidades más apremiantes". A vuelta de correo, el encargado de la librería, Frank Doel, le envía una educada nota junto a dos de los volúmenes solicitados. De esta manera se inicia una relación epistolar que se prolonga durante casi veinte años y que finalmente se publicaría en forma de libro en 1971.

La correspondencia entre la risueña lectora neoyorquina y el flemático librero británico pronto desborda el simple carácter comercial gracias al generoso y jovial talante de Helene Hanff: "¿Tendrán la bondad de convertirme sus precios en adelante? Yo ya no sumo demasiado bien en americano, así que sería un verdadero milagro que alguna vez llegara a dominar una aritmética bilingüe". Entusiasmada por los antiguos libros ingleses que ha recibido, Helene a su vez comienza a enviar paquetes de alimentos a la librería. Recordemos que tras la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra se racionaron brutalmente los alimentos "a razón de 60 gramos de carne por familia y semana, y a un huevo por persona y mes". Como es de suponer la americana se convierte en una especie de "hada madrina" para los empleados de la librería.

El verdadero protagonista de este libro es la contagiosa e infatigable pasión por los libros de Helene Hanff: "A mi me encantan las inscripciones en las guardas y las notas en los márgenes: me gusta el sentimiento de camaradería que suscita el volver páginas que algún otro ha pasado antes así como leer los pasajes acerca de los que otro, fallecido tal vez hace mucho, llama mi atención". Sin embargo la neoyorquina nada tiene de coleccionista de libros al uso o de bibliófila devota: "Cada primavera hago una limpieza general de mis libros y me deshago de los que ya no volveré a leer, de la misma manera que me desprendo de las ropas que no pienso ponerme nunca más" El catálogo de lecturas de Helene Hanff, por otro lado, no deja lugar a dudas respecto a su excelente olfato literario: la Biblia latina o Vulgata, John Donne, Quiller-Couch, el Diario de Pepys, Catulo, el Tristram Shandy, Stevenson, los Cuentos de Canterbury o Jane Austen.

Asimismo 84, Charing Cross Road contiene un emocionado homenaje a la "Inglaterra literaria".

«Un periodista que conozco, destinado a Londres durante la guerra, dice que los turistas viajan a Inglaterra con ideas preconcebidas y que por eso encuentran exactamente lo que buscan. Yo le expliqué que me gustaría ir en busca de la Inglaterra de la literatura inglesa, y me respondió: 'Pues está allí, sí'» pag. 32

En definitiva, un auténtico regalo para los amantes de los libros.


Hasta pronto

jueves, 28 de febrero de 2008

UNA ANTOLOGIA DEL DISPARATE







Carlos Garrido

Duermes y me olvidas

Editorial Crítica, 2005






Causa estupor que este libro se haya publicado en una edición tan cuidada (tapa dura, amplio formato, márgenes generosos, papel satinado y de alto gramaje, ilustraciones). Causa estupor que este libro se haya publicado en una editorial de prestigio. Causa estupor que este libro se haya publicado.

El responsable, un tal Garrido, no esconde sus intenciones y ya en la introducción advierte que Duermes y me olvidas "es un intento de llevar el mundo de La Iliada a un lector contemporáneo, no necesariamente interesado en la arqueología o la historia (...) Por eso he intentado huir de las referencias eruditas o de los contextos arqueológicos y literarios (...) Igual que (sic) si La Iliada fuera un enorme escenario virtual, en el que puedes entrar, conocer a los personajes, escuchar sus conversaciones (...) Mi propósito inicial era hacer que los propios héroes hablaran con su voz. Hacerles 'una entrevista' in situ, viajando para ello a Troya" Qué transgresora propuesta ¿verdad?

Aunque la premisa sea de por sí arriesgada y casi temeraria no existen límites para un "escritor" -pongamos comillas, por higiene- con la desfachatez y el descaro del tal Garrido. Alguien ocurrente y atrevido que no contento con ser el autor es también un personaje del libro. Qué demonios, alguien sin complejos. Alguien que no duda en afirmar que Aquiles es el "Rambo de la edad del Bronce (...) el gran carnicero" (...) un guerrero estrella, 'galáctico'", Agamenón parece "uno de aquellos 'malos' del cine mudo", mientras que Artemisa es "una neurótica bastante peligrosa (...) una histérica y una abusona", Atenea "rencorosa y retorcida", Paris "un personaje triste y libidinoso, traidor" y Menelao "un poco calzonazos". No me digan que no parece una telenovela venezolana.

Cuánto helenista acartonado, cuánta estéril bibliografía, qué despilfarro. Parece mentira que transcurridos más de 2800 años haya tenido que ser Garrido -con el desparpajo al que nos tiene acostumbrados- quien formule, por fin, las preguntas esenciales sobre La Iliada: "¿Se complace Homero en las matanzas? (...) ¿Creía Homero en los dioses? (...) ¿Homero es un misógino? (...) ¿Cuál es la oculta relación que une a Homero con el personaje de Aquiles?" Pero, atención, también hay sorpresas: Homero es "el precursor de la literatura arqueológica" y más adelante "Homero es también precursor de la ciencia-ficción", para rematar con esta formidable revelación: "Homero, hijo de un padre desconocido, que había arrastrado toda su vida el dolor por esa carencia, volvía a Troya para rememorar la muerte de un hijo suyo" y como guinda "Homero proyectaba su historia en la trama del poema" ¡Homero es precursor también de los libros de autoayuda.

Echémosle un vistazo siquiera al argumento, que no decaiga la fiesta. En el Louvre, el busto de Homero cobra vida y por un pasadizo llega a Troya acompañado por el inevitable Garrido que no desdeña la mínima oportunidad para derrochar su muy particular ingenio: en el campamento de los aqueos "se divisaban miríadas de zurrullos (sic) semi-enterrados (...) era como un gigante pipicán, una letrina al aire libre", en el Olimpo "diría que estábamos en el interior de un videojuego" o la forja de Hefesto "parecía la sala de máquinas del Titanic de la antiguedad". En su deambular por Troya les salen al paso gran parte de los personajes de La Iliada cuyos parlamentos ("declaraciones" según Garrido) son por fortuna citas literales de una antigua y valiosa traducción del poema homérico, a cargo de Germán Gómez de la Mata.

Para deleite del lector masoquista el libro está salpicado de espantosos neologismos tan disparatados como ridículos de indiscutible autoría (adviértase la querencia por categorizar de forma peregrina) -"experimentalidad", "desconoceidad", "olorosidad", "planisferial", "cinefóbico", "orfebraica", .."frenesíaco", ""epopeyógrafo", "metalosidades" "escondibilidad", "trasuntalidad"- y cuajado de expresiones entre pretenciosas y dementes -"hachas talantes", "crestas dunarias", "enjambrosa promiscuidad", "luz flámea", "torcidez dolosa", "ideología mortalística", "narraciones preteritosas", "reproducción miriádica", "ánimas murciélagas", "amargura actuante", "fuerza ráyica". Aquí y ahora exijo el test de alcoholemia obligatorio para escritores y editores.

Se me ponen los pelos de punta sólo de imaginar que al tal Garrido se le ocurra hacer una "entrevista" al Quijote.


Mantener este libro lejos del alcance de los niños.


Mantener este libro lejos.
.
Hasta pronto

domingo, 24 de febrero de 2008

EN BUSCA DE ALEJANDRO MAGNO






Robin Lane Fox

Alejandro Magno

Acantilado, 2007







¿Quién no ha jugado de niño a ser Alejandro Magno? ¿Quién no se ha imaginado cabalgando a lomos del mítico Bucéfalo? ¿Quién no ha fantaseado alguna vez con el más valiente y audaz de los guerreros, el apuesto conquistador, el discípulo de Aristóteles?

Vana es la tarea de resumir en unas líneas la fabulosa epopeya de Alejandro Magno. Quizá baste, sin embargo, un apresurado inventario de sus etapas para vislumbrar la magnitud de la odisea: de Tebas a la homérica Troya, de Persépolis a Afganistán, del Mar Caspio al Ganges, del Indo al desierto de Makran, de el Punjab a Babilonia donde al cabo encontró la muerte.

Con buen criterio (y mejor olfato literario) el historiador Robin Lane Fox nos advierte desde el prólogo que Alejandro Magno "es tema para una búsqueda, no para una narración, pues hasta tal punto era ése el estilo y el contenido de las primeras historias que se escribieron sobre él que cualquier relato con pretensiones de fiabilidad sólo puede resultar dudoso". Es decir, éste no puede ser un libro de historia o una biografía al uso, menos aún uno de esos engendros tan de moda -biografía novelada o novela histórica-, y ni siquiera tiene "pretensiones de fiabilidad". De esta manera el autor inscribe astutamente su libro dentro de un género literario tan anglosajón como el de las 'biografías detectivescas' ("quest" en inglés), entre las que a este lector inquieto le ha sido dado leer una auténtica delicia, En busca del barón Corvo de A.J.A. Symons.

Se puede atribuir sin asomo de duda cierta índole detectivesca al exhaustivo trabajo de documentación de Lane Fox (sólo las notas y la bibliografía ocupan unas 130 páginas) en vista de que todas las fuentes conocidas son de "segunda o tercera mano, tal y como fueron parafraseadas por otros escritores clásicos cuatrocientos años más tarde". Un ejemplo palmario de lo anterior -teñido de una cruel ironía- es la incierta causa de la muerte del historiador Calístenes: "pocos episodios permiten comprender más claramente las dificultades que entraña la búsqueda de Alejandro que el hecho de que su propio historiador, según dijeron los contemporáneos informados, muriese de cinco maneras distintas"

Dueño de un lenguaje de sugestiva elocuencia y dotado con una singular maestría para la claridad expositiva -ni siquiera cuando se describen pormenorizadamente las intrigas en la corte de Alejandro o las relaciones entre las tribus asiáticas decae un ápice la tensión narrativa y por tanto el interés del lector-, Robin Lane Fox asimismo hace gala de una perspicacia poco común para desvelar insospechados matices mediante una conjetura feliz: "Alejandro tenía veintinueve años, era invencible y se encontraba en el límite de un continente desconocido: volver sobre sus pasos habría sido sumamente aburrido (...) Si la ambición de Alejandro era alcanzar el límite del mundo, este objetivo obedecía más a la curiosidad que al anhelo de poder" .

Abundan en el libro certeras apostillas sobre detalles técnicos, como el innovador resorte de torsión de las catapultas, junto a eruditos pasajes acerca de los asuntos más variados -el elefante asiático, las armas de asedio macedonias o la proskynesis (especie de beso devoto persa)- que a modo de fecundas digresiones se enhebran a la perfección en el tejido del relato componiendo finalmente un tapiz de impecable factura que ofrece descripciones tan sobrias y, por ello mismo, tan conmovedoras como la del ejército macedonio tras la invasión de la India:

«Habían sufrido dos hambrunas y sus vestidos estaban tan hechos jirones que la mayoría se vestían con prendas indias: los caballos tenían las patas doloridas y las carretas resultaban inútiles en unas llanuras que se habían convertido en una ciénaga. Finalmente el clima había hecho mella en su espíritu. Durante los últimos tres meses, las lluvias los había empapado hasta la medula. Las hebillas y los cinturones se habían corroído y las raciones se pudrían, pues el moho estropea el grano; las botas estaban agujereadas y todavía no habían terminado de pulir las armas cuando la humedad volvía a cubrirlas otra vez de verdín» pag. 593.

En resumidas cuentas, Alejandro Magno nos revela a un militar brillante, a un caudillo generoso y a la vez despiadado, a un gobernante calculador, con un "astuto sentido político", que se ganó la admiración de los persas pero también a "un hombre resistente, resoluto y valiente", un "luchador mortífero" que "tenía sin embargo amplios intereses aparte de la guerra: la caza, la lectura, el patrocinio de la música y el teatro, así como su duradera amistad con artistas, actores y arquitectos".

A pesar de toda su erudición Robin Lane Fox no consigue -ni pretende, acaso- desvelar el enigma de Alejandro Magno.


Seguiremos soñando, pues.


Hasta pronto

martes, 19 de febrero de 2008

EXQUISITO DIVERTIMENTO








Virginia Woolf

Orlando

Edhasa, 1990









Una de las acepciones del término "clásico" según el diccionario de uso del español de María Moliner reza de la siguiente manera: "Por oposición a romántico, se aplica a cualquier creación del espíritu humano en que la razón y el equilibrio predominan sobre la pasión o la exaltación". Siguiendo la definición al pie de la letra -más allá de que estemos o no de acuerdo con ella (pues, se me ocurre, ¿no se pueden dar clásicos románticos?, ¿Qué hay entonces del joven Werther, de Pushkin, del gran Hölderlin, de nuestro Becquer?)- nada más alejado de un clásico que el Orlando de Virginia Wolf. Se trata de un texto torrencial, de argumento inverosímil, escrito en un registro marcadamente paródico que fía buena parte de sus posibilidades a un estilo seductor pero exasperante, a menudo hiperbólico y preciosista en exceso (cuánta parte de "culpa" del mismo pueda tener Jorge Luis Borges, el notorio traductor, es quizá harina de otro costal). Un estilo, en definitiva, encantado de haberse conocido:

«El rojo de sus mejillas era aterciopelado como un durazno; el vello sobre el labio era apenas un poco más tupido que el vello sobre las mejillas. Los labios eran cortos y ligeramente replegados sobre dientes de una exquisita blancura de almendra. Nada molestaba el vuelo breve y tenso de la sagitaria nariz; el cabello era oscuro, las orejas pequeñas y bien pegadas a la cabeza. (...) en cuanto miramos a Orlando parado en la ventana debemos admitir que tenía ojos como violetas empapadas, tan grandes que el agua parecía haberse desbordado de ellos ensanchándolos, y una frente como la curva de una cúpula de marmol apretadas entre los dos medallones lisos que eran sus sienes» pag. 12-13

Menudean las sentencias de singular agudeza -"Una simple canción de Shakesperare ha hecho más por los pobres y los malvados que todos los predicadores y filántropos de la tierra" (pag. 125)- pero también las enumeraciones abigarradas que de manera gratuita y caprichosa suspenden la narración y con ella, en ocasiones, el interés del lector:

«De una vasta cruz con florones de oro afiligranado pendían velos de novia y crespones de viuda; enganchados a otros salientes había palacios de cristal, cunas de mimbre, yelmos militares, coronas fúnebres, pantalones, patillas, tortas de boda, artillería, árboles de Navidad, telescopios, animales prehistóricos, globos terráqueos, mapas, elefantes, compases y teodolitos (...)» pag. 167

Llegados a este punto ruego al improbable lector de este blog me dispense de una relación minuciosa -por fuerza agotadora, y a fin de cuentas estéril- de las peripecias del protagonista pues, como queda dicho, el argumento es lo de menos. Baste esbozar los rasgos más pintorescos para hacerse una idea cabal del retrato completo: Orlando cae por dos veces en un letargo de siete días, Orlando cambia de sexo, Orlando posee una mansión de 365 habitaciones, Orlando se casa con un tal Marmaduke Bonthrop Shelmerdine... al abrir el libro saludamos a un adolescente en la inglaterra isabelina y al cerrarlo despedimos, transcurridos más de trescientos años, a una mujer adulta en pleno siglo XX. No en vano la propia Virginia Wolf confesaba en su diario "el deseo de escribir 'una narración a lo Defoe para divertirme', algo burlesco y desatado en cuyas páginas 'mi propia vena lírica sería satirizada'"(1)


Sin embargo, y pese a todo lo anteriormente objetado a Orlando, hemos de señalar a su favor el exquisito talento puesto en juego por la Wolf para hacer comestible un plato fuertemente indigesto, la muy atinada parodia del género biográfico que recorre toda la obra, así como los desopilantes pasajes donde se enseñorea del texto el sarcasmo más feroz:

«Los médicos, entonces, no eran mucho más sabios que ahora, y después de recetarle reposo y ejercicio, ayuno y superalimentación, compañía y soledad, regimen de cama y cabalgatas de cuarenta millas entre el almuerzo y la comida, sin perjuicio de los calmantes y excitantes acostumbrados» pag. 50-51

«sólo los más diestros estilistas pueden comunicar la verdad, y cuando uno se encuentra con un escritor sencillo y monosilábico, hay todas las razones para pensar que el pobre hombre miente» pag. 185

Al fin y al cabo, algún merito debe tener un libro del que se pueden extractar fragmentos tan turbadoramente bellos como el siguiente:

«Porque una sabia disposición de la naturaleza ha determinado que nuestro espíritu moderno casi pueda prescindir del lenguaje: las expresiones más comunes bastan, ya que ninguna expresión basta; por eso la conversación más vulgar es a menudo la más poética, y la más poética es precisamente la que no se puede escribir» pag. 181

Por cierto, en Orlando no hay rastro del célebre "stream of consciusness.


Hasta pronto

(1) Extractado del artículo "El yo de todos" de Vicente Molina Foix, El Pais 03/10/2002

domingo, 17 de febrero de 2008

Anton Ego

Las declaraciones del crítico gastronómico de la película "Ratatouille" evidencian una sutil comprensión del oficio crítico


No deja de tener chiste que haya de ser en una película de animación -una superproducción de Disney & Pixar, para colmo- donde uno se tope con la única reflexión pública de cierta amplitud y calado que, de un tiempo a esta parte, se lleva hecha en torno al siempre ingrato asunto de la crítica.

"Ratatouille" (2007), título bajo el que se presentan las aventuras trepidantes de una rata dotada de un extraordinario talento culinario, cuenta entre sus protagonistas a Anton Ego, un eminente crítico gastronómico cuyos juicios severísimos deciden la fortuna de los más afamados restaurantes de París.

Los trazos con que está caracterizado Anton Ego asumen bastantes lugares comunes acerca de los críticos. Anton Ego es un tipo agrio y de aspecto funerario, completamente envanecido de sí mismo. Trabaja en una tenebrosa habitación con planta de ataúd, presidida por un gigantesco retrato de su propia figura. En su mesa de despacho, al alcance de la mano, conserva minuciosamente archivadas todas sus críticas, que se apresura a consultar toda vez que tiene que ratificar cualquiera de sus juicios.

Anton Ego parece ser un hombre acaudalado, pero este rasgo incongruente no queda asociado, en la película, a ningún asomo de venalidad. Todo lo contrario: alejándose del tópico más frecuente que pesa sobre los críticos, Anton Ego se revela incorruptible. De ahí, quizá, su enorme prestigio. Y su influencia terminante. En cuanto al físico, Anton Ego es lo opuesto al célebre chef Gusteau, tipo orondo y risueño a cuyo prematuro fallecimiento Anton Ego contribuyó con una crítica demoledora. Él es larguirucho, macilento; se lo ve mustio y encorvado.

"Usted está demasiado flaco para que le guste la comida", le objeta a Anton Ego el joven chef Linguini, amedrentado por el aspecto patibulario del crítico que lo amenaza con acudir a su restaurante."Es que a mí no me gusta la comida", le responde Anton Ego: "Me apasiona. Y si no me apasiona, no la trago".

Esta respuesta del crítico manifiesta una sutil comprensión del oficio por parte de los guionistas de la película. Pues no se trata, como pretende el tópico, de que el crítico sea un tipo bilioso, incapaz de disfrutar comiendo (o leyendo, o viendo cine), y por lo mismo un resentido. Se trata -pero estamos hablando de Anton Ego, que conste- de una pasión, y de las exigencias de esa pasión, y del escrupuloso, implacable conocimiento a que conduce.

A Anton Ego le está confiada, en Ratatouille, la gran sorpresa final de la película. En el antiguo restaurante de Gusteau, que el joven Linguini ha heredado, éste se ve obligado a confesar que es una rata la que le dicta sus portentosas recetas. Incrédulos, indignados, los cocineros ayudantes a quienes va destinada esta confesión abandonan el restaurante. Linguini se enfrenta él solo al reto de cocinar para Anton Ego, que precisamente esa noche ha acudido a su restaurante. No corresponde decir aquí cómo consigue salir del apuro. El caso es que Anton Ego termina su plato, pregunta por el chef, y escucha, impávido, la insospechable revelación acerca de su genio. A continuación se va sin decir palabra.

El día siguiente se publica la crítica de Anton Ego. Se trata de un auténtico manifiesto, que de nuevo pone de relieve -entre la maraña de tópicos a los que no dejan de recurrir- una insospechable comprensión, por parte de los guionistas de Ratatouille, de los resortes que sustentan el oficio del crítico. Empieza diciendo Anton Ego: "En muchos sentidos, el trabajo de un crítico es fácil. Arriesgamos poco, porque gozamos de una posición que está por encima de quienes exponen su trabajo y a sí mismos a nuestro criterio. Nos regodeamos en las críticas negativas, que son divertidas de escribir y de leer. Pero el hecho más amargo que debemos afrontar los críticos es que, a la hora de la verdad, cualquier producto mediocre tiene probablemente más sentido que la crítica en la que lo tachamos de basura. Hay veces, sin embargo, en las que un crítico realmente se arriesga en pro del descubrimiento y de la defensa de algo nuevo. El mundo es hostil para los nuevos talentos y las nuevas creaciones. Lo nuevo necesita amigos"...

Habría mucho que decir en torno a estas palabras, más agudas de lo que a primera vista pueda parecer. Aquí sólo hay lugar para subrayar su mensaje esencial: en contra de lo que se suele pensar, la crítica -tan a menudo tachada de conservadora, de negativa, de hostil a su propio medio- está ligada a lo nuevo, al descubrimiento y a la defensa de lo nuevo. Esta es su misión más alta y valedera. La supuesta negatividad de la crítica está asociada a ese compromiso con lo nuevo, que la obliga -por decirlo ahora con palabras de Robert Musil- a "no autorizar la repetición de lo mismo si no es con un nuevo sentido", a segregar lo verdaderamente nuevo del magma indistinto de lo último.

El buen crítico, así, tendría algo de adivino. O más bien de profeta. Detecta antes que otros lo que está por venir, lo que está ocurriendo ya sin que nadie se dé cuenta todavía. Y lo acepta.

Que el plato que acaba de comer lo ha cocinado una rata, por ejemplo.


Ignacio Echevarría
El Mercurio, 17 de febrero de 2008


(Desde hoy reproduciré la columna del crítico literario Ignacio Echevarría que se publica con una periodicidad aproximadamente mensual en el diario chileno El Mercurio)

lunes, 11 de febrero de 2008

UN LOBO CON PIEL DE CORDERO








J. M. Coetzee

Diario de un mal año

Mondadori (2007)





De entrada, digamos que este no es el mejor libro de Coetzee. Lo que no significa que sea un libro malo o fallido pero sí un texto menor (o marginal, mejor dicho) dentro de su bibliografía. A los libros hay que juzgarlos, es obvio, por lo que son pero también por lo que quisieron llegar a ser. Tengo para mí que con este libro Coetzee no ha logrado cumplir enteramente el propósito que este osado y cómplice lector le atribuye, esto es, hacer pasar por novela (acaso para ampliar su difusión, como una especie de lobo con piel de cordero) mediante un sencillo, y a menudo precario, armazón narrativo lo que no es sino una variada colección de lúcidas y afiladas reflexiones en torno a asuntos de muy diverso calibre -del terrrorismo islámico al aprendizaje de los números, de Los siete samurais a Los hermanos Karamazov, de Ezra Pound a Gabriel García Márquez, de la pedofilia a la gripe aviar, por ejemplo. El desequilibrio entre la enjundiosa parte ensayística (el lobo) y la escuálida parte narrativa (el cordero) es demasiado grande y para mi gusto lastra en buena medida la lectura -a la que tampoco ayuda la disposición gráfica del texto en segmentos independientes dentro de una misma página. No sería exagerado afirmar que, a la manera de las muñecas rusas, Diario de un mal año comprende dos libros: una excelente recopilación de breves ensayos combativos y una ejemplar novela corta -casi una fábula moral.

El argumento es trivial. El señor C, un viejo y achacoso escritor surafricano afincado en Australia (diáfano trasunto del propio Coetzee), es invitado a colaborar en un volumen de ensayos coral que se titulará Opiniones contundentes -¿casualmente? existe una recopilación de entrevistas de Nabokov con el mismo título. Tras un encuentro en la lavandería donde queda fascinado por su belleza, el señor C contrata como mecanógrafa a Anya, una hermosa joven de origen filipino -¿casualmente? en la anterior novela de Coetzee, Hombre lento, una enfermera de similar origen exótico, croata creo, cuidaba de su tullido protagonista. La creciente intimidad entre Anya y el señor C y la turbia relación de la mecanógrafa con Alan, su maquiavélico novio, van perfilando la fisonomía moral de cada uno de los tres personajes de este peculiar triángulo amoroso.

Sería imperdonable no dar cuenta del acusado contraste entre el fraseo fluido y armonioso de los fragmentos ensayísticos incluidos en Diario de un mal año y el habitual estilo lacónico y austero, exento de cualquier adorno, del Coetzee "novelista", contraste que se torna evidente en este libro donde en una misma página se puede leer por un lado:

«Jorge Luis Borges escribió una impasible fábula filosófica, 'Funes el memorioso', sobre un hombre a quien la regla de contar, e incluso las reglas más fundamentales que nos permiten abarcar el mundo mediante el lenguaje, le son sencillamente ajenas. Gracias a un inmenso y solitario esfuerzo intelectual, Funes crea una forma de contar que no es un sistema, una forma de contar que no hace suposiciones sobre lo que viene después de N. Cuando el narrador de Borges lo conoce, Funes ha llegado a lo que las personas corrientes llamarían el numero veinticuatro mil»

Y por otro:

«Eso es lo que define la modernidad. Las grandes cuestiones, las que cuentan, han sido resueltas. Incluso los políticos lo saben en el fondo. La política ya no es el lugar de la acción. La política es un espectáculo secundario. Y tu hombre debería agradecer que sea así, y no mostrarse adusto y hacer un reproche tras otro. Si quiere un política anticuada, donde se organizan golpes de estado, la gente se mata entre sí, no hay seguridad y todo el mundo guarda su dinero bajo la almohada, debería irse a África. Allí estará por completo a sus anchas» pág. 113

Coetzee es sin duda un autor valiente que no rehuye plantear al lector ambiguos dilemas morales, cuestionando sus certezas más arraigadas y así la lectura de sus libros se convierte a menudo en una experiencia tan turbadora como el llanto de un bebé sin consuelo o tan dolorosa como una patada en sálvese las partes -permítaseme la hipérbole. Según Javier Marías cuando le preguntaban a Faulkner quiénes eran los mejores escritores norteamericanos de su tiempo, decía que todos habían fracasado, pero que el mejor fracaso había sido el de Thomas Wolfe (1). Pues bien, convengamos en que el de Coetzee es también un enorme y bello fracaso.

«Hoy me dolía tanto la cadera que no podía caminar, y apenas podía sentarme. Inexorablemente, día tras día, el mecanismo físico se deteriora. En cuanto al aparato mental, estoy siempre ojo avizor en busca de piezas del engranaje rotas, plomos fundidos, esperando contra todo pronóstico que dure más que su anfitrión corpóreo. Todos los viejos se vuelven cartesianos» pag. 199

Finalmente, me gustaría destacar la impecable traducción de Jordi Fibla.



Hasta pronto

(1) Javier Marías, Vidas escritas, Siruela, 1992