viernes, 18 de abril de 2008

EN ESTADO DE GRACIA






Pablo D'Ors
El estupor y la maravilla

Pretextos, 2007










Una propuesta tan arriesgada como El estupor y la maravilla resulta, en primera instancia, no sólo insólita sino un tanto intempestiva, pues hay que remontarse a mediados los años ochenta del pasado siglo para encontrar por estos pagos una obra con tamaña ambición, similares premisas y parecida enjundia (me refiero, por supuesto, a La dama del viento sur de Javier García Sánchez). En la triste situación actual de las letras españolas hay que saludar con el entusiasmo que merece una obra de estas características.

El estupor y la maravilla pasa por ser las memorias de Alois Vogel, vigilante durante veinticinco años del Museo de los Expresionistas de Coblenza. No exageraría en absoluto quien una vez leído el libro asegurara que la acción trascurre entre las cuatro paredes del imaginario museo. Acotando más si cabe el escenario por un prurito de exactitud, digamos que toda la novela acontece en la cabeza de Alois Vogel. El escritor que desdeña el argumento debe construir -con el fin de evitar el bostezo y persuadir al lector en su empeño- una voz narrativa seductora y poderosa a la vez. Pablo D'Ors lo consigue desde la primera línea

"Dicen que la tarea que desempeño desde hace veinticinco años -ser vigilante en un museo- es completamente inútil; yo no lo creo, no al menos completamente, y ello porque casi todo en este mundo necesita ser vigilado, al menos en ocasiones. No me refiero sólo a los presos en la cárcel, a los enfermos en el hospital o a los locos en los manicomios (gentes, todas ellas, que han de ser vigiladas más que cualesquiera otras), sino también a las fieras en el zoológico -que de alguna manera son vigiladas-; a los niños en la escuela -a los que se suele brindar más vigilancia que educación-; y, por supuesto, a los trabajadores de una empresa -a quienes no es infrecuente encontrar holgazaneando cuando no se los vigila-." pag. 15

Aunque contiene también el relato minucioso de una obsesión -el vuelo de una mosca, las arrugas del pantalón, una mancha de humedad en el techo, el taconeo de una misteriosa visitante- y una hermosa historia de amor en la edad madura, El estupor y la maravilla no esconde el propósito de realizar, sobre todo, un homenaje a lo insignificante, a lo trivial, mediante una radical exaltación de la mirada que llega al punto de parecer en algún momento casi una epifanía de la contemplación mística (aquí viene al caso recordar que, no en vano, Pablo D'Ors, además de escritor y colaborador en un suplemento literario, es sacerdote y teólogo)

"Cuando miramos algo mucho tiempo, sea lo que sea, terminamos por afirmar su fealdad e insignificancia, o incluso su ridiculez, Ahora bien, si ese mismo objeto o persona se mira durante mucho más tiempo, esa insignificancia y fealdad, ese inevitable ridículo, se trastoca misteriosamente en belleza y sentido" pag. 114-115

"Y es que he llegado a un punto en el que todo -hasta lo más pequeño, sobre todo lo más pequeño- me produce un hondo estupor. Ante cualquier cosa que vea, toque, guste, oiga o huela, me sobreviene la impresión de estar frente a una maravilla. Y eso es lo que he descubierto en estos años: el estupor y la maravilla" pag. 202

No debe pasar inadvertido el sesgo irónico y hasta humorístico de buena parte de los episodios narrados, entre los que resulta particularmente hilarante la controversia de la ventana del museo o el duelo de toses entre vigilantes de distintas salas. Por lo demás, es innegable el ascendiente de Kafka, Musil, Walser y Bernhard, es decir, de la mejor literatura centroeuropea del siglo pasado. El estupor y la maravilla sin embargo -frente a la atmósfera sombría, claustrofóbica y a menudo pesimista que preside la obra de los autores citados- posee un inconfundible carácter afirmativo, de celebración y acatamiento de la vida (y acaso esta sospecha de resignación o conformismo sea la única debilidad de la novela)

"En realidad, no creo que haya que moverse mucho para saberse vivo. Cuanto más nos movemos, más descubrimos lo muertos que estamos. Lo que he aprendido en el museo (...) es a estarme quieto. Todos nuestros movimientos a lo largo de nuestra vida tienen un único propósito: aprender a estarse quieto" pag. 272

Página tras página Pablo D'Ors, mediante un sutil entramado de impecable factura -tan liviano que se diría inexistente-, va levantando la frágil estructura de El estupor y la maravilla que, como un castillo de naipes prodigioso, se muestra al lector tras la última página en toda su efímera y majestuosa estatura.

"Lo que realmente me atrae -ahora lo sé- es ver a los hombres bajo el influjo de las obras de arte: en ese instante, como también -aunque de otra forma- cuando están bajo los efectos del enamoramiento o de la oración, hay en todo individuo algo que le hace único y conmovedor" pag. 195

Tal y como se dice en algún momento de la novela, "cualquier vida es insólita o estrafalaria vista desde fuera". Lo extraordinario, sin duda, es contarlo con la maestría de Pablo D'ors.

Un libro escrito en estado de gracia.


Hasta pronto
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(Para no deslucir la reseña dejo aquí aparcadas algunas reflexiones inoportunas, acaso, pero pertinentes)

Resulta cuanto menos desolador la exigua acogida que ha obtenido este libro entre la cada vez más mediocre y desorientada crítica literaria de este país. ¿Cómo es posible que haya pasado desapercibida -con la excepción de Ricardo Senabre en El Mundo- una obra de este calibre? o para ser más precisos ¿por qué los lectores de diarios de tirada nacional como El País o ABC o La Razón no han tenido apenas noticia de la publicación de El estupor y la maravilla? y por lo tanto ¿cual es la función -aparte de la publicitaria- que cumplen en la actualidad los suplementos, y por ende los críticos, literarios en España?

Resignémonos a repetir lo que memorablemente escribió Francisco Rico "pocas cosas, en los últimos años, más distantes de la literatura que la teoría y la crítica literarias"

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