viernes, 7 de marzo de 2008

TRAVESÍA POR EL AMAZONAS






Javier Reverte

El río de la desolación

Random House Mondadori, 2004









Quizá por falta de tiempo o de ocasión no habíamos leído hasta ahora -pero nunca es demasiado tarde- ninguno de los ya numerosos libros de viajes que Javier Reverte ha dado a la imprenta desde hace algo más de una década.

El río de la desolación narra por un lado las peripecias de Reverte durante la travesía del Amazonas, casi desde su nacimiento en los Andes peruanos hasta su desembocadura en el Atlántico, a bordo de embarcaciones desprovistas de cualquier comodidad imaginable -las cubiertas de los barcos se convierten a menudo en alcoba comunitaria para todo el pasaje-, y por otro lado ofrece un breve pero suculento recorrido por la historia de quienes navegaron el río antes que él -vervigracia Francisco de Orellana y también Lope de Aguirre, el capitán portugés Pedro Texeira, los científicos Humboldt y La Condamine, el jesuíta y cartógrafo Samuel Fritz, el diplomático irlandés Roger Casement... No es mérito menor haber logrado trenzar con admirable habilidad narrativa el relato en tiempo presente y la evocación de sucesos historicos.

La historia del Amazonas como la de tantos otros lugares del planeta -¿todos?- es la crónica de la explotación del hombre blanco -¿civilizado?- sobre los pueblos indígenas. Sirva como ejemplo espeluznante las formas más comunes de castigo que los esbirros del cacique Arana infligían a los indios si no se cumplían las cuotas mínimas de producción de caucho: "los azotes con látigo, el aprisionamiento en cepos, el encarcelamiento en celdas sin agua y luz durante días, el semiahogamiento delante de los parientes de la víctima; la violación de las mujeres ante sus maridos e hijos, la mutilación de dedos, manos y orejas; la exposición de las víctimas en la entrada de las estaciones, colgadas de las manos y desnudas; la crucifixión, el lanzamiento a corrientes del río de indígenas atados de pies y maos; la aplicación de sal en las heridas, la incineración de gente viva con queroseno; la muerte por hambre y el «aperreamiento», esto es: hombres, mujeres y niños arrojados como comida para los grandes mastines de los capataces"

Acostado en su hamaca, Javier Reverte -aquejado por fortuna para sus lectores de una insaciable curiosidad- consigna escrupulosamente en un libro de notas todo lo que llama su atención, desde una receta para reducir las cabezas al modo de los jíbaros hasta "la primera paella de pirañas de la historia" pasando por la exótica leyenda amazonia en torno a los bufeos -especie de delfines rosados de río- que según el sabroso relato de un lugareño "a veces se convierten cuando anochece en hombres bien guapos, altos, rubios, como agringados. En los días de fiesta asoman en las aldeas y seducen a las muchachas. Las llevan a la orilla del río, les magrean los chuchos y las hacen suyas. A algunas las ahogan luego. Y a otras las dejan con una criatura en el vientre. En el río hay muchos hijos de bufeo".

El autor emplea un estilo ágil, coloquial y por lo general sobrio pero no desdeña, bien que muy ocasionalmente, la retórica más desaforada: "Árboles desgajados descendían a lomos del Amazonas, como cadáveres putrefactos de vigorosos equinos, tirados al río tras una feroz batalla librada aguas arriba. Los matorrales arrancados de las orillas por la fuerza del río tenían la apariencia de crines de caballos muertos. El aire era pecaminoso, carnal, impregnado de olores a plantas que nacían y a vegetación moribunda. Sobre los anchos hipódromos del cielo cabalgaban nubes azuladas."

El río de la desolación, en suma, es un libro divulgativo sin caer en el didactismo, ligero y entretenido pero nunca trivial, humanístico en lugar de humanitario, descriptivo y pintoresco sin asomo de costumbrismo. En las antípodas tanto del viajero romántico o literario como del turista adocenado, Javier Reverte hace gala de un irreductible sentido común:

"Antes cuando viajaba procuraba fijarme en lo que me diferenciaba de los otros. Ahora sólo me intereso en lo que nos parecemos"

"Pienso ahora que el oficio de escribir es realmente curioso: a veces no te das cuenta de que has vivido una aventura real hasta que la escribes"



Hasta pronto

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