domingo, 16 de marzo de 2008

DESDE LA CUMBRE







Julien Gracq

A lo largo del camino

Acantilado, 2008






Sería un acontecimiento extraordinario que cualquiera de los libros del recientemente fallecido Julien Gracq pudiera convertirse en éxito de ventas, pero no tanto por la presunta complejidad de su prosa o el ensimismado argumento de sus relatos cuanto por el carácter proteico, tangencial, de su obra, a saber: de El castillo de Argol (1938) ha llegado a decirse que es un cuento gótico de estirpe surrealista, a El mar de las Sirtes (1951) se la ha calificado de fábula alegórica, novela iniciática o incluso de utopía mientras que con La forma de una ciudad (1985) Gracq pretendió escribir su autorretrato a través de una descripción de Nantes (1). A la postre el lector común suele preferir productos tradicionales, aunque mediocres, a los arriesgados y fructíferos ejercicios de equilibrismo narrativo de Julien Gracq: "la única literatura necesaria es siempre una respuesta a lo que todavía no ha sido formulado".

Con A lo largo del camino (1992) sucede asimismo que sin ser cabalmente un libro de viajes o una autobiografía al uso y ni siquiera un mero volumen de ensayos, participa sin embargo en mayor o menor medida de todos ellos. No andaría muy desencaminado (pero tampoco acertaría de pleno) quien adjudicara a este libro el término de miscelánea. Julien Gracq, por su parte, confiesa en una nota que antecede al texto: "El camino al que se refieren las notas que forman este libro es por supuesto el que atraviesa y enlaza los paisajes de la tierra. Es también, algunas veces, el del sueño y a menudo el de la memoria, la mía y también la memoria colectiva, a veces la más lejana: la historia y por eso es también el de la lectura y el del arte"

Quizá no sea éste el libro más indicado para el lector primerizo de Julien Gracq -autor emparentado por temática, peripecia vital y temperamento literario con Buzzati, Jünger y nuestro Juan Benet, respectivamente- pero sin duda aquí se encuentran, quintaesenciados, casi todos los signos de identidad que vertebran su biografía literaria: de la temprana filiación al Partido Comunista y los coqueteos con el surrealismo tardío a su breve participación en el Segunda Guerra Mundial, desde su patente aspiración de marginalidad (no en vano ninguno de sus libros fue publicado en edición de bolsillo) hasta su siempre malentendida "pose" entre elitista, tímida y arrogante (no en vano rechazó el premio Goncourt en 1951 y apenas concedía entrevistas), de su afición a las óperas de Wagner y la devoción por el ajedrez, a su acérrima defensa del ámbito rural en contraste con la ciudad de "atributos vulgares". Todo ello aderezado con la sensualidad inconfundible de su prosa.

"Hay una elipsis del recuerdo que, a la manera de la heráldica, vincula a veces ciertos lugares visitados rápidamente, o atravesados a lo largo de la carretera, con dos o tres atributos estilizados que los representan con orgullo, como hace un escudo, demediado o a lo sumo partido en cruz, sobre la puerta de una ciudad" pag. 14

"nunca atravieso en ferrocarril una ciudad que se sumerje en el crepúsculo y cuyas luces se encienden sin que se apodere de mí el deseo súbito de pararme, de sorprender al azar de sus calles el matiz particular, casi místico y siempre diferente, del matrimonio que ella concluye con la lenta inmersión en las tinieblas" pag. 26

El estilo de Julien Gracq es un acabado ejemplo de delicada orfebrería verbal, las frases se encadenan formando armoniosas melodías de gran capacidad evocadora según una partitura que esbozó en su Leyendo, escribiendo (1980) "Siempre he tenido tendencia, cuando escribo, a abusar de la elasticidad de construcción de la frase latina, no preocupándome más que de forma muy insolente, por ejemplo, de la proximidad del promombre relativo y del sustantivo al que se refiere (...) Es el libre movimiento orientador de la frase el que me guía, y no las sólidas suturas de la sintaxis francesa, que quiere que se acerquen profundamente los dos bordes antes de coserse"

Se diría que Gracq, en cada uno de sus libros, se propone escalar una montaña por la senda más abrupta sin otra impedimenta que su libre albedrío y un portentoso olfato literario a modo de brújula. No se arrepentirá el osado lector que decida acompañar a Gracq en su ascensión pues una vez alcanzada la cumbre -y el camino estará preñado de excursos, paradas, rodeos y atajos- el paisaje que se divisa desde allí posee una belleza deslumbrante. Y el aire es más puro.

Por último me gustaría destacar la acertada traducción de Cecilia Yepes.



Hasta pronto

(1) Octavi Martí, Julien Gracq, surrealista racional y libertario, El país (24/12/2007)

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