domingo, 2 de marzo de 2008

LA ÉTICA DEL PEÓN DE AJEDREZ






Arturo Pérez Reverte

Un día de cólera

Alfaguara, 2007







La primera cuestión que asalta al lector de Un día de cólera es la problemática filiación de un texto que ya antes de su inicio se define negativamente "Este relato no es ficción ni libro de Historia". Pérez Reverte, no obstante, despejaba cualquier asomo de duda en la presentación del libro emparentándolo con El diario del año de la peste de Daniel Defoe, ¿Arde París? de Collins y Lapierre o El día más largo de Cornelius Ryan "que son libros documento, libros reportaje". Nada que objetar.

Un día de cólera es el segundo libro de estas características -por encargo editorial y en vísperas de sendos bicentenarios, aquél sobre la batalla de Trafalgar y en torno al 2 de Mayo éste- que Arturo Pérez Reverte ha dado a la imprenta en apenas tres años. Acaso sea productivo hacer un somero escrutinio de ambas obras, más para percibir las diferencias que para comprobar sus evidentes similitudes, no en vano comparten una misma y declarada intención: "He querido meter al lector en la batalla, que la viviera desde dentro" -Cabo Trafalgar (2004)-, "He querido hacer que el lector lo viva, por primera vez, en la calle. Que entienda cómo fue, y que se sienta un participante, que pase miedo, que corra, que sude" -Un día de cólera (2007). Sin duda éste puede ser un objetivo muy respetable para el escritor de novelas pero ¡ojo! se deben cuidar las formas. Mientras que -pongamos por caso- Joseph Conrad tan sólo permite al lector vislumbrar apenas la peripecia a través del ojo de la cerradura, Pérez Reverte no se anda por las ramas y reventando la puerta de un puntapié sitúa al espectador de sopetón en plena reyerta (la denominación lector/espectador no es en modo alguno gratuita pues resulta cristalino el ascendente cinematográfico en la escritura de éste último).

Si en Cabo Trafalgar Pérez Reverte se "permitió" introducir en el relato un navío que nunca existió (de nombre Antilla) a bordo del cual trascurre la mayor parte de la acción porque "es privilegio del novelista manipular la historia en beneficio de la ficción" -relato aderezado además con un lenguaje rudimentario, a menudo pedestre, repleto de onomatopeyas de comic y anacronismos de juzgado de guardia- en Un día de cólera, sin embargo, se afirma que "cuantas personas y lugares aparecen aquí son auténticos, así como los sucesos narrados y muchas de las palabras que se pronuncian (...) Lo imaginado, por tanto, se reduce a la humilde argamasa narrativa que une las piezas" Para tranquilidad del lector aclaremos que el estilo de este libro resulta sobrio, comedido e incluso elegante en comparación con el de su predecesor.

Un día de cólera es sobre todo un conmovedor homenaje a los caídos el 2 de Mayo. Se detallan escrupulosamente los heroicos rasgos de su feroz lucha contra el ejército francés y los patéticos pormenores de su muerte. La enumeración de nombres y apellidos, lugar de origen, edad y hasta profesión engarzados como las cuentas de un rosario en minuciosas letanías llegan en algún caso a ser sobrecogedoras:

«Sólo en el Prado, los sepultureros llenarán al día siguiente nueve carros de cadáveres, pues la cantidad de ejecutados allí es enorme. Entre ellos se cuentan el zapatero Pedro Segundo Iglesias, que tras matar a un francés fue delatado por un vecino en la calle del Olivar, el mozo de labor del real sitio de San Fernando Dionisio Santiago Jiménez Coscorro, el toledano Manuel Francisco González, el herrero Julián Duque, el escribiente de lotería Francisco Sánchez de la Fuente, el vecino de la calle del Piamonte Francisco Iglesias Martínez, el criado asturiano José Méndez Villamil, el mozo de cuerda Manuel Fernández, el arriero Manuel Zaragoza, el aprendiz de quince años Gregorio Arias Calvo -hijo único del carpintero Narciso Arias- el vidriero Manuel Almagro López, y el joven de diecinueve años Miguel Facundo Revuelta, jardinero de Griñón que combatió junto a su padre Manuel Revuelta(...)» pag. 355

No cabe duda de que Arturo Pérez Reverte goza del favor mayoritario del público lector. No cabe duda de que posee una indudable destreza para la narración, sus novelas suelen ser ágiles y directas, sus libros siempre están muy bien documentados. No cabe duda también de que -parafraseando a Flaubert- sólo con oficio y buenas intenciones no se logra una literatura de calidad.

Para explicar a su capitán Alatriste, Arturo Pérez Reverte ha recurrido en ocasiones a la afortunada expresión "la ética del peón de ajedrez" que, por extensión, podría aplicarse asimismo a casi todos los demás protagonistas de sus novelas. Es harto conocida la predilección de este escritor por el héroe solitario, el perdedor anónimo, el españolito de a pie (cuanto más cutre, analfabeto y patibulario mejor). El problema no es la extracción social o el nivel académico de sus personajes -faltaría más- sino que la mencionada figura de ajedrez sirve perfectamente para ilustrar tanto el grado de exigencia de Pérez Reverte a la hora de escribir sus libros como también -mucho me temo- el tipo de público al que éstos inequívocamente se dirigen.

Y este lector, como mínimo, es un alfil.



Hasta pronto

No hay comentarios: