martes, 19 de febrero de 2008

EXQUISITO DIVERTIMENTO








Virginia Woolf

Orlando

Edhasa, 1990









Una de las acepciones del término "clásico" según el diccionario de uso del español de María Moliner reza de la siguiente manera: "Por oposición a romántico, se aplica a cualquier creación del espíritu humano en que la razón y el equilibrio predominan sobre la pasión o la exaltación". Siguiendo la definición al pie de la letra -más allá de que estemos o no de acuerdo con ella (pues, se me ocurre, ¿no se pueden dar clásicos románticos?, ¿Qué hay entonces del joven Werther, de Pushkin, del gran Hölderlin, de nuestro Becquer?)- nada más alejado de un clásico que el Orlando de Virginia Wolf. Se trata de un texto torrencial, de argumento inverosímil, escrito en un registro marcadamente paródico que fía buena parte de sus posibilidades a un estilo seductor pero exasperante, a menudo hiperbólico y preciosista en exceso (cuánta parte de "culpa" del mismo pueda tener Jorge Luis Borges, el notorio traductor, es quizá harina de otro costal). Un estilo, en definitiva, encantado de haberse conocido:

«El rojo de sus mejillas era aterciopelado como un durazno; el vello sobre el labio era apenas un poco más tupido que el vello sobre las mejillas. Los labios eran cortos y ligeramente replegados sobre dientes de una exquisita blancura de almendra. Nada molestaba el vuelo breve y tenso de la sagitaria nariz; el cabello era oscuro, las orejas pequeñas y bien pegadas a la cabeza. (...) en cuanto miramos a Orlando parado en la ventana debemos admitir que tenía ojos como violetas empapadas, tan grandes que el agua parecía haberse desbordado de ellos ensanchándolos, y una frente como la curva de una cúpula de marmol apretadas entre los dos medallones lisos que eran sus sienes» pag. 12-13

Menudean las sentencias de singular agudeza -"Una simple canción de Shakesperare ha hecho más por los pobres y los malvados que todos los predicadores y filántropos de la tierra" (pag. 125)- pero también las enumeraciones abigarradas que de manera gratuita y caprichosa suspenden la narración y con ella, en ocasiones, el interés del lector:

«De una vasta cruz con florones de oro afiligranado pendían velos de novia y crespones de viuda; enganchados a otros salientes había palacios de cristal, cunas de mimbre, yelmos militares, coronas fúnebres, pantalones, patillas, tortas de boda, artillería, árboles de Navidad, telescopios, animales prehistóricos, globos terráqueos, mapas, elefantes, compases y teodolitos (...)» pag. 167

Llegados a este punto ruego al improbable lector de este blog me dispense de una relación minuciosa -por fuerza agotadora, y a fin de cuentas estéril- de las peripecias del protagonista pues, como queda dicho, el argumento es lo de menos. Baste esbozar los rasgos más pintorescos para hacerse una idea cabal del retrato completo: Orlando cae por dos veces en un letargo de siete días, Orlando cambia de sexo, Orlando posee una mansión de 365 habitaciones, Orlando se casa con un tal Marmaduke Bonthrop Shelmerdine... al abrir el libro saludamos a un adolescente en la inglaterra isabelina y al cerrarlo despedimos, transcurridos más de trescientos años, a una mujer adulta en pleno siglo XX. No en vano la propia Virginia Wolf confesaba en su diario "el deseo de escribir 'una narración a lo Defoe para divertirme', algo burlesco y desatado en cuyas páginas 'mi propia vena lírica sería satirizada'"(1)


Sin embargo, y pese a todo lo anteriormente objetado a Orlando, hemos de señalar a su favor el exquisito talento puesto en juego por la Wolf para hacer comestible un plato fuertemente indigesto, la muy atinada parodia del género biográfico que recorre toda la obra, así como los desopilantes pasajes donde se enseñorea del texto el sarcasmo más feroz:

«Los médicos, entonces, no eran mucho más sabios que ahora, y después de recetarle reposo y ejercicio, ayuno y superalimentación, compañía y soledad, regimen de cama y cabalgatas de cuarenta millas entre el almuerzo y la comida, sin perjuicio de los calmantes y excitantes acostumbrados» pag. 50-51

«sólo los más diestros estilistas pueden comunicar la verdad, y cuando uno se encuentra con un escritor sencillo y monosilábico, hay todas las razones para pensar que el pobre hombre miente» pag. 185

Al fin y al cabo, algún merito debe tener un libro del que se pueden extractar fragmentos tan turbadoramente bellos como el siguiente:

«Porque una sabia disposición de la naturaleza ha determinado que nuestro espíritu moderno casi pueda prescindir del lenguaje: las expresiones más comunes bastan, ya que ninguna expresión basta; por eso la conversación más vulgar es a menudo la más poética, y la más poética es precisamente la que no se puede escribir» pag. 181

Por cierto, en Orlando no hay rastro del célebre "stream of consciusness.


Hasta pronto

(1) Extractado del artículo "El yo de todos" de Vicente Molina Foix, El Pais 03/10/2002

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