lunes, 11 de febrero de 2008

UN LOBO CON PIEL DE CORDERO








J. M. Coetzee

Diario de un mal año

Mondadori (2007)





De entrada, digamos que este no es el mejor libro de Coetzee. Lo que no significa que sea un libro malo o fallido pero sí un texto menor (o marginal, mejor dicho) dentro de su bibliografía. A los libros hay que juzgarlos, es obvio, por lo que son pero también por lo que quisieron llegar a ser. Tengo para mí que con este libro Coetzee no ha logrado cumplir enteramente el propósito que este osado y cómplice lector le atribuye, esto es, hacer pasar por novela (acaso para ampliar su difusión, como una especie de lobo con piel de cordero) mediante un sencillo, y a menudo precario, armazón narrativo lo que no es sino una variada colección de lúcidas y afiladas reflexiones en torno a asuntos de muy diverso calibre -del terrrorismo islámico al aprendizaje de los números, de Los siete samurais a Los hermanos Karamazov, de Ezra Pound a Gabriel García Márquez, de la pedofilia a la gripe aviar, por ejemplo. El desequilibrio entre la enjundiosa parte ensayística (el lobo) y la escuálida parte narrativa (el cordero) es demasiado grande y para mi gusto lastra en buena medida la lectura -a la que tampoco ayuda la disposición gráfica del texto en segmentos independientes dentro de una misma página. No sería exagerado afirmar que, a la manera de las muñecas rusas, Diario de un mal año comprende dos libros: una excelente recopilación de breves ensayos combativos y una ejemplar novela corta -casi una fábula moral.

El argumento es trivial. El señor C, un viejo y achacoso escritor surafricano afincado en Australia (diáfano trasunto del propio Coetzee), es invitado a colaborar en un volumen de ensayos coral que se titulará Opiniones contundentes -¿casualmente? existe una recopilación de entrevistas de Nabokov con el mismo título. Tras un encuentro en la lavandería donde queda fascinado por su belleza, el señor C contrata como mecanógrafa a Anya, una hermosa joven de origen filipino -¿casualmente? en la anterior novela de Coetzee, Hombre lento, una enfermera de similar origen exótico, croata creo, cuidaba de su tullido protagonista. La creciente intimidad entre Anya y el señor C y la turbia relación de la mecanógrafa con Alan, su maquiavélico novio, van perfilando la fisonomía moral de cada uno de los tres personajes de este peculiar triángulo amoroso.

Sería imperdonable no dar cuenta del acusado contraste entre el fraseo fluido y armonioso de los fragmentos ensayísticos incluidos en Diario de un mal año y el habitual estilo lacónico y austero, exento de cualquier adorno, del Coetzee "novelista", contraste que se torna evidente en este libro donde en una misma página se puede leer por un lado:

«Jorge Luis Borges escribió una impasible fábula filosófica, 'Funes el memorioso', sobre un hombre a quien la regla de contar, e incluso las reglas más fundamentales que nos permiten abarcar el mundo mediante el lenguaje, le son sencillamente ajenas. Gracias a un inmenso y solitario esfuerzo intelectual, Funes crea una forma de contar que no es un sistema, una forma de contar que no hace suposiciones sobre lo que viene después de N. Cuando el narrador de Borges lo conoce, Funes ha llegado a lo que las personas corrientes llamarían el numero veinticuatro mil»

Y por otro:

«Eso es lo que define la modernidad. Las grandes cuestiones, las que cuentan, han sido resueltas. Incluso los políticos lo saben en el fondo. La política ya no es el lugar de la acción. La política es un espectáculo secundario. Y tu hombre debería agradecer que sea así, y no mostrarse adusto y hacer un reproche tras otro. Si quiere un política anticuada, donde se organizan golpes de estado, la gente se mata entre sí, no hay seguridad y todo el mundo guarda su dinero bajo la almohada, debería irse a África. Allí estará por completo a sus anchas» pág. 113

Coetzee es sin duda un autor valiente que no rehuye plantear al lector ambiguos dilemas morales, cuestionando sus certezas más arraigadas y así la lectura de sus libros se convierte a menudo en una experiencia tan turbadora como el llanto de un bebé sin consuelo o tan dolorosa como una patada en sálvese las partes -permítaseme la hipérbole. Según Javier Marías cuando le preguntaban a Faulkner quiénes eran los mejores escritores norteamericanos de su tiempo, decía que todos habían fracasado, pero que el mejor fracaso había sido el de Thomas Wolfe (1). Pues bien, convengamos en que el de Coetzee es también un enorme y bello fracaso.

«Hoy me dolía tanto la cadera que no podía caminar, y apenas podía sentarme. Inexorablemente, día tras día, el mecanismo físico se deteriora. En cuanto al aparato mental, estoy siempre ojo avizor en busca de piezas del engranaje rotas, plomos fundidos, esperando contra todo pronóstico que dure más que su anfitrión corpóreo. Todos los viejos se vuelven cartesianos» pag. 199

Finalmente, me gustaría destacar la impecable traducción de Jordi Fibla.



Hasta pronto

(1) Javier Marías, Vidas escritas, Siruela, 1992

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