domingo, 7 de junio de 2009

QUÉ VIDA SINGULAR

Una vez diagnosticada como incurable -a la edad de 37 años- su enfermedad mental que se agravó quizá definitivamente a raíz de la muerte de su amada Diótima, y tras permanecer el resto de su vida alojado en casa de un maestro carpintero de Tübingen llamado Zimmermann -entusiasmado por la lectura del Hiperión y admirador de sus versos- tal día como hoy falleció de una congestión pulmonar el gran poeta Friedrich Hölderlin. Corría por aquel entonces el año 1843 y aún debería transcurrir más de medio siglo para que su obra obtuviera pleno reconocimiento. Durante su larga convalecencia la habitación del poeta -donde contra toda lógica continuó escribiendo versos de una extraña belleza conocidos como poemas de la locura-, estaba en una antigua torre a orillas del río Neckar. Pese a que con sus visitantes Hölderlin mostraba, al parecer, la cortesía más exagerada no se debía, a riesgo de encolerizarle, pronunciar ante él su propio nombre.



EL CEMENTERIO
Silencioso lugar verdeante de hierba joven,
Donde yace hombre y mujer y se yerguen las cruces,
Adonde van acompañados los amigos,
Donde fulguran en claro vidrio las ventanas.

Cuando en ti fulge la alta llama del cielo
A mediodía, cuando la primavera te frecuenta y se demora
Y va la espiritual nube húmeda y gris,
Con hermosura el día escapa dulcemente.

Qué tranquilidad hay cerca del muro grisáceo
Encima del cual pende un árbol con frutos:
Negror mojado de rocío, follaje todo duelo;
Pero los frutos son densos preciosamente.

Hay en la iglesia una tranquilidad oscura
Y también el altar en esa noche se recoge;
Aún allá quedan varias cosas hermosas,
Mas en verano canta alguna cigarra en el campo.

Allí, cuando las oraciones del pastor se escuchan
En tanto al lado está el grupo de amigos
Que con el muerto van, qué vida singular
Y qué espíritu devotamente descuidado.

(Trad. Luis Cernuda)

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